A raíz de la publicación del libro del Dr. Raymond A. Moody, “Vida después de la Vida”, donde se recogen multitud de testimonios de personas que relatan sus experiencias en situaciones de “muerte aparente”, o como otros autores han querido llamar “experiencias cercanas a la muerte”. El tema de una vida posterior a la muerte se ha convertido en un abismo lleno de investigaciones y de pocas demostraciones finales.
Gran cantidad de pensadores, filósofos y científicos a lo largo de la historia: Platón, Sócrates, Santo Tomás de Aquino, Newton, Emanuel Swedenborg, Einstein, han planteado la presencia de un espíritu que perdura más allá del cuerpo físico. Los antiguos peruanos y los antiguos egipcios tenían la misma cosmovisión de la vida. Por eso los elegantes y ricos atavíos que se han encontrado en las tumbas de ambas culturas son la prueba fehaciente de que había una creencia de ella.
Pero ¿qué hay en realidad después de la muerte física? ¿Cuándo morimos empezamos a desintegrarnos y es el final de todo? Aparentemente hay una energía acumulada en torno a la vida de cada ser, una energía que ha sido acumulada en el transcurso de nuestra vida física, sea esta breve o larga dentro de los parámetros de nuestro ciclo vital.
Siempre el ser humano trató de sentirse menos solo en el universo, por eso la idea de un Dios superior y de una vida póstuma más allá de la muerte ha surgido en casi todas las culturas del mundo de norte a sur y de oriente a occidente. La vida más allá de la muerte es un condicionamiento esperanzador sin el cual sería difícil reglamentar una sociedad medianamente civilizada como la nuestra.
Las personas que tuvieron una muerte clínicamente demostrada, es decir, aquellas que estuvieron declaradas como muertas luego de los exámenes que se encargan de verificar la misma, dicen haber visto como su “alma” salía de su cuerpo y entraba en un túnel oscuro y largo, iluminado al final con una luz de un color desconocido, un brillo jamás visto en la tierra. Hay quienes afirman haber oído una música celestial y hasta escuchar una voz dirigiéndose a ellos. Lo que nos espera más allá de la muerte siempre será un enigma, por lo menos, por ahora, nos quedará la duda de qué sucederá cuando el minuto final se haya terminado y nuestras células empiecen a morir lentamente. Sabemos que ahí, muertos, después de nuestro último momento, no podremos llevarnos nada material, ni las joyas valiosas ni los dolores físicos, ni los que anidan en el alma. No existirán penas ni tristezas, excepto para aquellos que nos amaron y vean nuestra muerte como algo inesperado que duele. De hecho nada de lo que hagamos podrá ir con nosotros a esa dimensión desconocida. Pero sí podemos dejar mucho en este mundo que habitamos, podemos dejar sembrados árboles que nos perduren más allá de la muerte, palabras de cariño por las que nos recuerden, el abrazo fraterno, el te quiero silente, el perdón no postrero. Así la muerte nos encontrará ligeros y será fácil volar a lo desconocido.