¿Abuela, qué extrañas razones tuvo tu madre para ponerte ese nombre?, pero no se equivocó, porque tu vida no fue fácil desde aquella tarde que viste la luz en Hualgayoc, ese pueblo que ya no existe, que apenas es la sombra de un pueblo que fue. El tiempo se llevó sus callejuelas, aquellas que nos conducían a los hornos o a las pilas a recoger agua o el camino viejo a la Mesa de Plata para recoger chancua y hacer caldo verde.
Cuantas veces te he visto por una ventana atravesar las calles con tu angustia, envuelta en tu pañolón tejiendo las colchas que después cobijaban a tus hijos como lo hace una madre inmensa. Como solo tú lo eres y lo fuiste durante todos estos años en que nos viste crecer, partir y regresar, partir y no volver, partir con un reloj detenido el tiempo que no podía volver a andar.
Después de tantos años, de tanto tiempo de buscarte entre las líneas de mi mano, de esa que hace tiempo dejaste de tomar porque crecí y ya no soy aquel niño con el cabello revuelto al que una vez le compraste un saco azul con botones de madera y a quien paseabas tomado de la mano por las calles de Cajamarca de iglesia en iglesia, de santo en santo, de casa en casa con el jamón más exquisito del mundo, el que tú hacías.
Nos vamos haciendo parte de la historia, parte de los recuerdos mientras arrastramos días y acumulamos sueños. Ya no eres la mujer que se enfrentaba al mundo sin temores ni la musa que cantaba tangos aprendidos en la escuela y en la casa de la abuela, con esos cancioneros de papel hoy amarillo que guardo como viejas insignias de un tiempo ido y de una historia atesorada.
La infancia se va como se van los días, casi sin darnos cuenta y sin saberlo, un día ya no somos niño y el llanto nos busca con dolor, como tu nombre, como esa hoy tu angustia que no deja de perseguirte y que siempre acaba encontrándote aunque te escondas debajo del tiempo y tus recuerdos.
Pajarito tierno y solo, herido y bello. Abuela que alguna vez me contaste todas las historias que sabías para que yo durmiera. Tú la mujer que alejaba de mi alma los males de espanto y a los duendes que me buscaban a medianoche cuando salían del pozo de la casa de la portada, la del patio empedrado y de zaguanes…
No temas, aquí estamos para cantarte una canción en medio de la nada, para que como antes te busquemos para que seamos todos felices en medio de la sala contando cuentos que dan miedo y nos hacen darnos un abrazo para no tener miedo, para después quedarnos dormidos y amanecer con el alba entre tus brazos, como antes, como cuando éramos niños.