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domingo, setiembre 25, 2011

Juan Gaitán ha muerto entre días blancos y negros como las casillas de un tablero de ajedrez


Juan Gaitán Mayta se ha ido de este mundo, el viernes falleció luego de una operación que era de alto riesgo y que él asumió con estoicismo. Había perdido la vista y todo parecía apuntar a que de no ser intervenido no solo se iba a adentrar en un mundo sin luz sino también de silencio por eso decidió tomar el riesgo y hoy nos deja su recuerdo.

Juan Gaitán trabajó hasta sus últimos días, pese a su afección seguía cumpliendo con su trabajo en la Dirección Regional de Trabajo y seguía esperanzado en el mañana. Fue un hombre bueno que quizá, como todos los seres humanos, tuvo algunos errores. Quién no los tiene en el largo devenir de los días de una vida.

Fue mi maestro de ajedrez en mi niñez, cuando la infancia es un bálsamo en la vida, si algo aprendí de esa ciencia que es el ajedrez fue gracias a él, a sus consejos y a su falta de egoísmo para compartir y explicar las más intrínsecas combinaciones y fórmulas que se requiere. Lo recuerdo pensativo al borde de un tablero lleno de trebejos sorteando los caminos de una partida.

Las torres y los alfiles, los caballos y peones… sabíamos que la vida misma era una partida que se pierde o se gana pero con la que nunca se hace tablas, la muerte al final siempre nos gana y nos deja en un rincón del mundo al que la gente llega a buscarnos cuando nuestro recuerdo se agita.

Juan fue un maestro de ajedrez y fue un maestro de la vida, sus días eran largas avenidas por donde iban desfilando sus recuerdos. Ya no podremos acabar ese campeonato que habíamos iniciado hace unos meses pero podemos enseñarle a los niños  las posibilidades del ajedrez en tu recuerdo, podemos enseñarles a soñar y viajar por ese mundo imaginario de las 64 casillas.

Va a ser difícil volver a jugar sin que la pena nos asalte. Al final la muerte solo es una ausencia, la más larga de las ausencias avivada por el recuerdo y los momentos felices que hemos vivido con el ausente. Gracias por guardar mi columna con devoción, esa que yo escribí para ti también con devoción y alegrarte aunque sea un poquito.

Vamos a extrañarte Juancito. Pero vamos a encontrarte en cada libro de ajedrez, en cada partida inconclusa y en cada gesto humilde. Eras humilde y eso te hacía más grande, sé que muchas veces te dejabas ganar para que yo no me sintiera mal, esa era tu manera de hacer trampa, dejándote ganar para hacernos sentir bien.

La vida va llenándonos de soledad. No voy a decirte que volveremos a encontrarnos porque yo no creo en otra vida, pero sí sé que cuando te piense te encontraré en cualquier lugar, cuando me sumerja en las casillas blancas y negras buscando una combinación perfecta como tú las hacías.

Después de tu sepelio ha caído la lluvia como si la vida misma estuviera triste. Se acabaron tus dolores, tus miedos interiores, tus tinieblas perpetuas. Hoy eres un ser de luz que viaja en el tiempo. Haberte conocido fue una gran experiencia aunque ya no estés, aunque ya no vuelva a encontrarte por la calle. El conocerte valida los instantes amargos de la vida y tus consejos seguirán eternamente en los días, en cada niño al que enseñe a jugar ajedrez y en cada partida que juegue con la vida.

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