El tan anunciado plan de inclusión social que efectuaría el gobierno solo fue un canto de sirenas, una música agradable para captar sectores populares. Cuando hace casi dos meses la hija del congresista Renzo Reggiardo fue cobardemente atacada el Estado peruano se puso de cabeza, se habló mucho de sanciones más drásticas, de penas severas, la pena de muerte estuvo en el tapete por días, sin embargo cuando antes tuvo peor suerte la niña Romina Cornejo quien recibió un disparo de unos hampones y quedó discapacitada no se hizo mayor bulla que los comentarios de repudio.
Lo que ha sucedido recientemente en Cachachi es una prueba de que la tan anunciada inclusión es solo un saludo a la bandera, hasta se habla de un Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social que se creará próximamente. No hay la intención de revertir los problemas sociales y eso ha sido evidenciado por el desparpajo con que han sido tratadas las familias de los niños que murieron envenenados.
Ellos no son los hijos de un congresista, son los pobres del Perú, hijos de agricultores, de gente humilde a la que solo le ha quedado llorar y hacer un réquiem camino al panteón. Ellos son los olvidados, los que nunca van a ser tratados igualitariamente porque todos los discursos de campaña son solo eso, discursitos afiebrados de una izquierda demagógica que una vez en el poder se olvidó de sus promesas.
La ministra no solo menospreció la grave situación, sino que además bailó sobre los problemas, sobre el llanto de los peruanos de un sector que era el de su ministerio. Producido el escándalo y el repudio popular ante su actitud buscó a dos chivos expiatorios a los que decapitó para luego lavarse las manos. Esa es la famosa inclusión de la que tanto alardeó Ollanta Humala en sus discursos, la inclusión que solo incluye a una élite y excluye a los pobres como si ellos no fueran parte del Perú al que tanto dijo amar.
El daño que han sufrido los niños de Cachachi tendrá secuelas y el gobierno es el responsable de cubrir todos esos tratamientos post-traumáticos que siguen sufriendo, el Estado es el único responsable pero brindando atención médica y psicológica de calidad, no en postas que no tienen ni profesionales competentes ni el material que se requiere, mucho menos los medicamentos que los menores necesitan.
Veremos después si algún día los sobrevivientes de esta desgracia llegan hasta el Congreso de la República a entrevistarse con la Primera Dama como sí le ha pasado a la hija del congresista – que al margen de que ella sea una víctima inocente en todo esto es una claro ejemplo de que la inclusión social en el Perú no existe y que solo existe algo que los peruanos nos hemos acostumbrado a llamar “vara”-.
El ministro de salud tuvo la desfachatez de no llegar al caserío de Redondo, porque estaba muy alejado, es claro el desdén con que se trata a una comunidad campesina de Cajamarca una comunidad que no tiene ningún tipo de servicio, una comunidad a la que los ministros y autoridades les da asco llegar.
Y pensar que en campaña se hablaba de los niños olvidados del Perú como una utopía con un nuevo gobierno, hoy nos damos cuenta tristemente que los niños olvidados del Perú están más vigentes y olvidados que nunca.