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domingo, julio 03, 2011

La Gata Susy y La Blanca Pelusa





Mi hija Azul tiene tres años y en todo este tiempo, que es muy breve, aprendió que el amor es una virtud con la que los humanos nacemos y que se va cultivando cada día. Cuando empezó a crecer, como a todas las niñas, le fascinaron las muñecas y descubría que además los papeles en blanco eran un mundo infinito lleno de posibilidades para  pintar líneas de colores con un significado individual aunque nadie las entienda.

Un día pidió una mascota, se cansó de ver a los perros en el televisor y de verlos existir solo en los libros, los que tenía de peluche no se movían y un día conoció uno de verdad y sus pupilas brillaron como dos luces que no se van a extinguir jamás. Le compramos una gata, que fue lo primero que encontramos en una tienda cercana, la minina era  menuda y juguetona, grácil y bonita; su pelaje suave era como un peluche cálido a la que Azul tomaba entre sus manitas y la abrazaba con ternura. Fue justamente eso lo que nos generó problemas. Su mamá sufría cuando ella estrujaba a la gatita entre sus manos y la besaba sin reparos, su amor hacia el animalito crecía y esas muestras de afecto le generaban ciertos problemas como estornudos frecuentes además de algunos rasguños eventuales que la lastimaban al jugar con esa gata a quien la pequeña Azulita llamaba Susy. – Su facilidad para bautizar muñecas es muy grande, todas tienen un nombre y algunas hasta dos, por eso no le fue nada difícil llamarla Gata Susy –

Hubo que deshacerse del animalito para cuidar la salud de Azul y en complicidad con su mamá desaparecimos a la mascota con sutileza, con un pretexto que aunque práctico, no deja de ser villano; la gatita desapareció y fue a parar a una casa no muy cercana con alguien que le prodigaba sosiego y menos muestras de afecto.

Los primeros días no fueron buenos para Azul, buscaba a la Gata Susy con vehemencia por toda la casa, se escurría entre las plantas del jardín, por los muebles y hasta bajo los cojines esperando verla aparecer. Con el tiempo desistió y se resignó con un silencio infante, con la pena de quien sabe que ha perdido algo para siempre.

Para no marcar su dolor y borrar un poco la ausencia, le conseguimos una perrita, con la que creímos sería menos afectuosa y no estaría con rasguños peligrosos debido a la misma naturaleza de los canes; era una pekinés blanca como la nieve y motosa como una nube, de inmediato se adentró en su corazón y la llamó Blanca Pelusa. Blanca Pelusa vivió un tiempo con nosotros pero obtuvimos los mismos resultados que con la Gata Susy y sus blancas lanas las dejaba en todas partes de la casa, en los muebles, pero sobretodo en la ropa de Azulita que la amaba febrilmente.

Blanca Pelusa tuvo el mismo destino que la Gata Susy (desapareció en la noche con nuestra anuencia cómplice) y Azul debió resignarse a otra pérdida emocional de su corta vida. Sin embargo ante el problema buscó una solución inmediata y las imaginaba a su lado en todas partes, las veía jugando, saltando, mordisqueándose la cola mutuamente y hasta se quejaba de que  constantemente la fastidiaban. Esas mascotas invisibles o imaginarias, eran también las causantes de las travesuras que ella hacía, como quebrar un vaso o hacer caer un florero y hasta les llamaba la atención con irritación cuando ellas sobrepasaban los límites de su paciencia. La Gata Susy y Blanca Pelusa de algún modo seguían habitando nuestra casa, aunque ya no fastidiaban.

Así pasó mucho tiempo, más de un año, y nosotros, sus padres, estábamos ciertamente tranquilos ya que estas mascotas inexistentes ni ensuciaban, ni comían ni causaban ningún problema que podría hacer una de carne y hueso.

Cierto día Azul enfermó, sus defensas bajaron y fue preciso llevarla a un médico para que la examine y le haga unos análisis. Al entrar al consultorio el médico se percató de que ella resondraba a la invisible Gata Susy por sentarse en la silla que él ocuparía mientras la imaginaria Blanca Pelusa mordisqueaba el botapié del pantalón del doctor. Ella los resondró implacable instándolas a salir del consultorio. Él médico la evaluó por rutina, luego preguntó absorto por la actitud de Azul. Le explicamos lo sucedido con detalle el asunto de las mascotas imaginarias. Ella jugaba distraída.  El hombre calló, miró con tristeza y preocupación en nuestras pupilas como buscando una respuesta por esa vileza, por haber arrancado a sus mascotas del hogar y desterrarlas a otro sitio.

En silencio tomó su lapicero, escribió en su recetario y mientras se quitaba los lentes nos extendió una receta; en ella además de varios nombres de vitaminas y jarabes añadía: Devolver inmediatamente a Azul su Gata Susy y a su Blanca Pelusa. Ahora estoy buscando dos mascotas que se le parezcan para que Azul se recupere del todo de esa alergia, de su tristeza y de esa pena que veo en sus ojitos cuando abraza a sus inexistentes mascotas en lo profundo de su recuerdo.

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