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viernes, julio 08, 2011

La gran mentira del descubrimiento de Machu Picchu





Fue el 24 de julio de 1911 Cuando el explorador norteamericano Hiram Bingham llegó a la ciudadela de Machu Picchu, no fue un “descubrimiento” casual, tampoco fue un descubrimiento, simplemente fue la fecha en que Bingham llegó a ella y por la tecnología que llevaba (Cámara fotográfica, lo que en 1911 era una utopía para cualquier peruano común, además de otros aparatos para realizar medidas y diversa tecnología de punta de aquella época) la puso en vitrina al mundo, la dio a conocer a las ciudades europeas y el hallazgo se convirtió en una gran noticia para la arqueología de aquel entonces.
Hiram Bingham no descubrió nada, él fue el mensajero y el Perú pagó un precio altísimo por ello, se saqueó la ciudad y sus tesoros sin el menor miramiento. Es verdad que hubo una complicidad del Estado que no se inmutó ante el traslado de miles de piezas de cerámica, hueso, plata, oro y piedras preciosas.
En enero de 1911, el Sr. Braulio Polo y la Borda, propietarios de la hacienda Echarati, en la localidad de Mandor, provincia de la Convención, departamento de Cusco, tiene como invitado al Sr. Giesecke, por entonces rector de la Universidad San Antonio Abad del Cuzco, a quien le cuenta que toda la zona estaba plagada de ruinas incas (una de ellas, era Machu Picchu). Giesecke, conocedor del interés de Bingham, le escribe, contándole sobre este hecho. Un dato a tomar en cuenta es el libro escrito por el inglés Charles Winner en 1880: “Pérou et Bolivie. Récit de Voyage, survi d’etudes archaéologiques et etnográfhiques et des notes sur l’escriture el las lengues des population indiennes”, en donde consigna un mapa con los topónimos de Machu Picchu y Huayna Picchu.
En 1911 Bingham llega al valle de Vilcabamba, pasa por Mandor y contrata los servicios del guía local Melchor Arteaga. El 24 de julio llegan a la cima del cerro llamado Machu Picchu, donde está la fabulosa llacta inca de Picchu. Bingham la bautizó con el mismo nombre del cerro que la cobijaba y no tuvo dudas que ésta, sí era la legendaria Vitcos. Al poco tiempo da cuenta de su descubrimiento. Esa es la historia, eso fue todo.
El estadounidense, fue el responsable de haber enviado a los Estados Unidos unos 46.332 hallazgos arqueológicos. Cientos de cajas que contenían momias enteras perfectamente adornadas, objetos de oro de valor inestimable, cerámicas finamente talladas y otros utensilios importantísimos para conocer la vida y cultura Inca, fueron transportados en la espalda de mulas hasta el Cuzco y luego montadas en trenes hasta el puerto de Mollendo, ciudad del actual departamento de Arequipa, de donde se dirigieron, vía mar, hacia los Estados Unidos.
¿Quizás entre las momias sustraídas estaba aquella de Pachacutec? El gobierno de Lima, que había autorizado a Bingham a efectuar los estudios histórico-arqueológicos, se mostró impotente para detener el saqueo de Machu Picchu.
Luego de este atraco, efectuado probablemente con la excusa de que en la Universidad Yale los hallazgos podían ser estudiados, Bingham obtuvo fama y poder y posteriormente fue elegido senador de los Estados Unidos y gobernador de Connecticut (en 1925).
No sé si haya motivos para celebrar tanto ese “descubrimiento”, fue un precio muy alto que se le pagó al aventurero norteamericano, pero sin duda debemos sentirnos orgullosos de ser poseedores de una de las ciudades más magníficas del mundo, admirada por millones de visitantes que la han frecuentado durante todos los años posteriores a 1911, sentirnos orgullosos de nuestras raíces, de esa historia que nos pone en lo alto de América y nos permite presumir de un linaje ancestral como ningún otro.
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