Lo sucedido con Ciro Castillo en el Cañón del Colca es un hecho que ha empezado despedir un olor putrefacto, cada vez más parece que el cerco se va cerrando en torno a Rosario Ponce, una mujer que en todo momento se ha mostrado como fría y calculadora, además de indolente.
La valentía con que el doctor Ciro Castillo Salas, padre del desaparecido Ciro Castillo Rojo ha afrontado el problema es digna de todo elogio, pese a que han transcurrido más de cien días no perdió la fe ni un instante, y parece que cada día su alma se reconstituye y vuelve a tomar nuevos bríos.
Pese a todo lo acontecido no se lo ha visto quebrarse en ningún momento, todas sus declaraciones han sido lógicas y precisas, muy cuerdo y ni un ápice de odio se ha dibujado en su mirada, pese a que todo apunta a que la misteriosa desaparición de su hijo estaría vinculada más a un crimen que a un hecho fortuito.
Solo quienes han perdido un hijo pueden entender el dolor que causa cuando surge la herida, herida que a diferencia de las que tenemos en la piel, ésta nunca se hace costra y sangra diariamente. Solo la filosofía y la poesía pueden ser un bálsamo para menguar ese dolor infinito y cubrir esa llaga perpetua.
Ciro Castillo padre es un amante de la poesía, parece que eso le ha ayudado a sobrevivir todo este tiempo con la esperanza de llegar a la verdad aunque esta sea cruda. Se aprendió de memoria los abismos y despeñaderos por los que su corazón a rodado cada día tras de su hijo.
Parece que el destino le jugó una mala pasada a Ciro Castillo hijo y confundió el amor con una aventura que acabó convirtiéndolo en un fantasma al que al comienzo todos buscaban, pero poco a poco fue difuminándose en la nada, excepto por Ciro Castillo padre quien lo busca entre las plantas, bajo las piedras y en el río más profundo que su ausencia.
Solo él sabe qué tan fuerte le ha pegado la vida, nadie lo ha visto llorar, quizás a solas lo haga para desahogarse, quizás en sus sueños encuentra al hijo extraviado, quizás en el mundo de las divagaciones lo encuentra diariamente y lo vuelve a sus dos años para abrazarlo sin que nadie se lo arrebate.
Algún día se sabrá la verdad, no hay mentira que permanezca sumergida todo el tiempo, no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Dios tarda pero no olvida. La justicia es ciega pero hay lazarillos en torno a ella.
Ciro Castillo padre es un ejemplo para todos quienes alguna vez perdieron un hijo, para quienes dejaron la fe desconsolados y empezaron a dudar de la existencia de Dios, para quienes renegaron y creyeron que el mundo había terminado, para quienes no vieron más allá por el llanto que los nublaba.
Todas las heridas sobre la piel cierran un día, la sangre se hace una costra que con el tiempo cae, pero las heridas del alma nunca cierran, florecen a cada instante como lirios de pena que matan a pausas.
Probablemente la fe inquebrantable del doctor Ciro Castillo no le devuelva a su hijo vivo, pero ha hecho que miles de hombres en el mundo la recuperen y eso es encontrar a muchos hijos en cada parte de los días, a cada hora y en cada instante.