Más allá de las canas
Cada 26 de agosto se recuerda con tristeza a uno de los sectores más importantes de nuestra sociedad, después de los niños, la población peruana tiene un alto índice de adultos mayores. Los hombres y mujeres que pasaron de los 60 años han sido incluidos en una etapa llamada del adulto mayor, sin duda una de las edades más vulnerables que cualquier peruano pueda afrontar bajo legislaciones enfermizas que postergan a este grupo de personas a una paupérrima condición en todos los aspectos; lo relegan, lo hacen de lado y lo marginan sin el menor remordimiento; como si llegar a esta edad fuera algo condenable.
El abandono en el que se encuentra este sector en el Perú es imperdonable, el desdén con que se trata a los mayores de 60 años es inaceptable. No vamos a referirnos a ellos como ancianos, como algunos predicadores lo pretenden, una persona que ha pasado los 60 no es un anciano, acaso si los mayores de ochenta han empezado a encontrar algunas dificultades físicas, pero el vocablo anciano en el contexto que le otorgamos es ruin, como aquel que llamaba “inválidos” a los discapacitados o a las personas con habilidades especiales.
En catalán se les denomina “gent gran” que significa gente grande, en otras partes del mundo se los llama “persona mayor” , títulos que están exentos de toda discriminación y violencia. Países donde se les brinda programas ocupacionales y educativos, además de programas de salud y atención permanente. En nuestro país no se les ceden ni los asientos ni las veredas, ni se los respeta en lo mínimo; vivimos en una era primitiva y rústica en la que la gente mayor es desdeñada y olvidada.
Después de los sesenta años, casi todos los seres humanos, tienen nietos, por lo tanto son abuelos, periodo que significa el clímax de la adultez, de la sabiduría y de todo cuanto se ha vivido. Ningún libro puede superar a un abuelo, ellos lo saben todo, todo lo ven a través de nuestros ojos, de nuestra piel y de nuestros sueños, de nuestro llanto y del silencio.
Los adultos mayores son aptos para todo, el relegarlos de algunos trabajos es innecesario y vil, es no comprenderlos. Los seres humanos tenemos un proceso cíclico regresivo. Nacemos llorando, aprendemos a caminar, a correr, a saltar. Después de cierto periodo de nuestra vida caemos en un ciclo de regresión y necesitamos de alguien que nos tome de la mano para poder caminar, de alguien que nos explique lo que ya no entendemos… y al igual que los niños, necesitamos que nos asistan en todo y que nos den amor y ternura. Porque la vida es un círculo cerrado que se abre al nacer y se va cerrando cada día con el paso del tiempo, con las horas vividas, con las arrugas que se forman en nuestra piel y con el tiempo y la soledad que empieza a anidar en nuestra alma cada instante que transcurre.
Volvamos a lo nuestro, a lo andino, en donde los viejos son seres entrañables y representan toda la experiencia reunida, el respeto y la cúspide de la estructura social, el anhelo de la vida realizada.
Un día todos seremos viejos sin excepción, quienes no lleguen a esa etapa será porque murieron jóvenes, sin cumplir las metas trazadas por el destino y el mismo Dios y habrá entonces que recomenzar por el camino para llegar a esa etapa que debe o debería ser, la más magnífica de toda nuestra vida cuando al volver la vista atrás veamos el camino recorrido lleno de flores y no de olvido.