La sobonería es un mal enquistado en la sociedad peruana, el sobón es aquel que por sus excesivas caricias y halagos se hace fastidioso. Se dice también sobón a la persona taimada que elude el trabajo. Si en su oficina hay algunos halagos un poco más falsos y más entusiasmo de lo normal, no se sorprenda.
Bajo cualquiera de sus nombres populares, adular al jefe o hacerse ver son comportamientos que según expertos aumentan en el lugar de trabajo cuando los empleados tienen miedo y quieren conservar sus puestos en medio de momentos económicos difíciles.
En este tipo de entorno, los subordinados podrían ser más proclives a alabar las malas decisiones o valoraciones de un jefe, y evitar ser francos o portadores de malas noticias por conservar su trabajo.
Los sobones están en todas partes, son una lacra y es sinónimo de haraganería e ineficiencia. Hay sobones en el Congreso, en los ministerios, en la escuelas abundan los alumnos sobones que cuando el profesor entra le limpian el asiento, el escritorio y tratan siempre de estar pegados a él.
Pero los sobones olímpicos, aquellos que han hecho de ello una profesión, se los encuentra a raudales en los centros de trabajo, son los que saben que son ineficientes y buscan compensar ello con la sobonería.
Un cuento clásico narra a los sobones con singular exactitud, se trata del cuento de un rey a quien un estafador le vende una supuesta tela invisible que solo era vista por los inteligentes, con ella le hace un traje y el rey sale desnudo a pasear ante el beneplácito y admiración de sus sobones que decían ver un hermoso traje.
Pese a que el sobón es un personaje vacío, sin inteligencia y de escaza madurez suelen triunfar en la vida, pues una vez que encuentran un jefe idóneo lo viven de por vida, le chupan la sangre como sanguijuelas, ríen alocadamente de sus bromas, se enternecen con sus historias y aplauden hasta sus errores.
Lo sobones suelen mimetizarse con un traje de amicalidad extrema, son deshonestos, inválidos mentales, personas que hacen trampa para ganar en la vida y que no tienen una vida propia, pues siempre dan vueltas en torno a su astro mayor adulándolo. Son una especie despreciable que al contrario de la gente buena, que se encuentra en extinción, abundan y se extienden por el mundo. Manuel Scorza, escritor peruano, solía llamarlos de un modo especial, pero lamentablemente esa palabra es impublicable, pero quien guste averiguar sobre ello puede leer “Redoble por Rancas”.