Hoy (4 de diciembre) se cumplen quince años de la muerte del más grande de los cuentistas peruanos, Julio Ramón Ribeyro, el flaco entrañable con alma de niño y con prosa mágica. Murió a los 65años, a los veinte de que se le detectara un cáncer estomacal, pese a que se le detectó la enfermedad en 1974 no dejó casi nuca de tomar una botella de vino y fumar una cajetilla de cigarros cada día. Murió en su ley, esa ley incomprensible de quien sabe que ha nacido para morir un día y que nada va a alargar un segundo más el momento final.
El año que murió ganó el premio más importante de su vida, ya no pudo disfrutar esos más de cien mil dólares que México le otorgaba por su obra con el premio “Juan Rulfo”. La mayor parte de su obra la escribió en Europa. Hay cuentos que se escriben para siempre, que son indelebles en la memoria de las generaciones, eso sucedió con “Los gallinazos sin plumas”, cuento que marcó el comienzo de su quehacer literario (1955).
Ribeyro prefirió los temas urbanos, rescatar la miseria social de su ciudad como tema principal en su obra, pese a que desde 1952 vivió en Paris, nunca se desconectó del Perú. Su narrativa está cargada de influencias pueblerinas con marcada influencia de Maupassant, Flaubert, Chejov, Stendhal… Fue influenciado por Europa, pero nunca, y es importante recalcarlo, se desvinculó con el Perú.
Ribeyro retornó al Perú un día como para morir, como herido por el tiempo y el cáncer, como buscando una vez más reírse de las clases sociales limeñas de largos apellidos que habitaban quintas desoladas o de burócratas de ministerios que vivían del recuerdo de un linaje ya extinto. Su “Gallinazos sin plumas” es el cuento urbano quizá mejor narrado entre los más notables escritores del cuento en el Perú.
Julio Ramón tuvo una vida solitaria, un hijo, muchos amores sobre el alba de un día frío, junto a las prostitutas en un bar de barranco o buscando defenderse de los ladrones madrugadores, como buscando nivelarse el mes siguiente.
Ha sido y es un escritor incomprendido. “Su palabra del mudo” es quizás la obra que más lo identifica, aquella que busco la sintonía con la gente que no tenía voz y por lo tanto estaba condenada a estar callada, porque aún pudiendo hablar nunca era escuchada. El mismo Ribeyro fue ese mudo impredecible, de exiguas entrevistas, temeroso de las cámaras, pero no de los bares ni el silencio.
Parece mentira que hace quince años, cuando los días parecían más tibios, un día Radio Programas anunciara en su rotativa del aire: “Falleció el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, luego de una penosa enfermedad… Hoy sabemos que su voz ha enmudecido para siempre, pero su palabra se repite infinitamente.