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miércoles, febrero 21, 2007

El príncipe de los caimanes: Un libro encaminado a la posteridad.



Santiago Roncagliolo nació en 1975, y pese a su juventud se ha convertido en uno de los escritores más importantes del Perú, alabado Por Mario Vargas Llosa, por Alonso Cueto, Alfredo Bryce y otros tantos buenos y notables escritores. Ganador del Premio Alfaguara y finalista del Herralde es ahora el escritor peruano joven con mayor repercusión en el extranjero.


Ha escrito siete libros de narrativa y su primera novela se constituyó en “El príncipe de los caimanes” la novela inicialmente salió en España pero hoy se ha difundido por el mundo entero y ha sido traducida a varios idiomas. Su libro “Pudor” que lo consagrara como escritor a nivel de Latinoamérica, fue llevado al cine por la calidad de su argumento y su versatilidad temática para acomodarse a las diferentes realidades del mundo.


El argumento de la novela seduce con una trama sencilla y ágil que carece de fraccionamientos brutales o vacíos narrativos. Narra la vida de un aventurero buscador de caucho y de fortuna y un bisnieto que huye de casa para ir a Miami. Ambos aventureros por naturaleza son devorados lentamente por la pasión de la selva. Internados en esa vida rudimentaria y casi salvaje, paradójicamente ambos descubren que el animal más peligroso es el ser humano y que la libertad y la muerte son una sola cosa. La novela desde el inicio se muestra como un todo imposible de dejar por un instante, aquí el fragmento con que empieza la novela.


“Los ataúdes no son verdes en la selva. De pocas cosas se puede decir lo mismo aquí, pero las cajas de los muertos son como en todas partes, negras o marrones, de preferencia abrillantadas por una capa de barniz. Lo que sí cambia es la madera. Uno casi puede adivinar quién yace en el cajón según el material que guarda sus huesos. La caoba es para los obispos, los alcaldes, los generales, y habitualmente va adornada con incrustaciones blancas y arnillas de metal pulido. Pero de caoba se ven pocos féretros. Quienes deberían ocuparlos, por lo general prefieren morirse en Lima. Hay algunos dueños de barcos o empresarios petroleros que reposan en cedro, pero tampoco son muchos. La mayoría se conforma con el huacapu o la jagua, maderas pesadas de construcción que resisten bien la humedad del suelo sin resultar demasiado caras, para que el cuerpo no se gusanee demasiado ni arruine el bolsillo de los que quedan vivos; el dinero se debe guardar para cerveza y chicha, así el fallecido lo agradece más y los demás también. Y finalmente, hay los que se entierran sin chicha ni banda militar, los que llegan al cementerio en silencio metidos en una caja de triplay o madera balsa, de las que se usan en los juguetes y las canoas más pequeñas, un cajón donado de mala gana por algún empleado portuario a petición del capellán, para que al menos se cubra un poco el cuerpo antes de ser enterrado, después qué importa, total, nadie va a verlo. A esa categoría de muerto pertenece la madre de Miguel. “


El Libro de Santiago Roncagliolo pese a narrar con brillantez los paisajes de la selva, fue escrito en España, luego de que el escritor leyera más de 46 libros sobre el tema.

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