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miércoles, febrero 14, 2007

Bye bye a mis monedas




Leny ha cumplido cinco años, es la hija de una persona muy especial para mí, es una niña inquieta que ha revivido de mí el amor paterno que había quedado rezagado por una pérdida silenciosa. Leny me mira con esa mirada delicada que tiene una niña que ha cumplido cinco años y se siente dichosa de tener un año más, a su edad cumplir años es una alegría porque significa crecer y descubrir siempre algo nuevo, a mi edad ya no es agradable cumplir años porque el sentido regresivo ha comenzado y los años empiezan a pesar.

Es un día espléndido para ir a pasear, el sol entibia los rincones de la ciudad desordenada y decidimos ir a un centro comercial de moda. Cuando llegamos la niña sorprendida abre los ojos con admiración, sus preguntas reflejan su ansiedad y corre enloquecida por los amplios pasillos dando gritos de alegría, de esa alegría que solo se puede tener cuando uno ha cumplido cinco años. Los escaparates son un cúmulo de sorpresas para Leny, las máscaras de colores que adornan las paredes hacen muecas de misterio que su imaginación alcanza a descifrar.

De pronto como un trozo del paraíso aparece en el pasillo un juguete enorme de aquellos que existen en las ferias para que los niños monten en ellos. Un Pato Donald en actitud placentera, tiene las manos en la nuca y las rodillas doblabas, es una actitud de calma y de reposo la suya. Leny lo contempla con adoración corre hacia él y monta deseosa de jugar. Pero el pato apacible no emite ruido alguno ni gira ni da muestras de ser un juguete divertido. Veo un letrero pequeñito en un lugar casi escondido: “Introduzca dos monedas de un sol” dice ese minúsculo aviso. Introduzco dos monedas de sol y el pato sigue sosegado, sereno. Leny lo mira con tristeza y desencanto, presiono entonces todos los botones que encuentro, le toco la nariz las orejas con la ilusa idea de que alguna de esas artimañas va a echarlo a girar y a cantar, pero es inútil. Una sensación de desánimo me embarga, esa misma sensación que tenemos cuando un teléfono monedero se traga las monedas. A veces darle una cachetada a un teléfono funciona y las monedas caen, pero ponerme a cachetear al Pato Donald en un centro comercial, me parece descabellado, lo miro confundido y él me mira con ese aire fresco y esa posición solaz en la que fue fabricado, con una media sonrisa y esa gorrita de marinero que empieza a parecerme odiosa.

Me acerco a preguntar al personal que trabaja en ese centro comercial y me dicen que debo ir al segundo piso a poner una queja. Me parece irrazonable ir a hablar con una señorita que seguramente será bella y amable para decirle que el Pato Donald se ha tragado mis dos monedas. Entonces desisto de mi idea y me doy cuenta que hay un cable que está desconectado y que esa es la falla que me ha hecho odiar al dichoso Pato, con precaución conecto el cable al tomacorriente que está empotrado en el piso, entonces las luces de Donald se encienden, una música infantil emerge de su interior mientras se escucha dos palabras con esa voz inconfundible: Bye bye y me siento timado, avergonzado y el Pato me mira con su media sonrisa, Leny me mira decepcionada. No puedo entender como el Pato Donald ha arruinado mi mañana, le digo bye bye también a mis monedas, entonces bajo a Leny de ese pato inútil y caminamos de la mano a comprar unos helados.

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