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miércoles, febrero 28, 2007

Conferencia autobiográfica ofrecida por el poeta César Calvo en el Instituto Italiano de Cultura en 1974 (I Parte)


“Para comenzar de alguna manera y no por el comienzo, confesaré que mi primer intento de libro fue escrito por varios amigos allá por el año de 1958. Juan Gonzalo Rose, Javier Dávila Dourand, Germán Lequerica y César Calvo, entre otros, me regalaron esos derechos autorales con sus respectivos asientos en el pre-Parnaso. Lamentablemente, no pude gozar tan fraternos obsequios pues el poemario (incautamente titulado Carta para el Tiempo e inmerecidamente mencionado en el Primer Concurso Hispanoamericano de la Casa de las Américas), el poemario, digo, no llegó a publicarse jamás. Y no llegó a publicarse jamás debido, entre otras razones, a que uno de sus autores sucumbió a la espléndida iniciativa de quemar los originales. Debo decir que los quemé también en mi memoria. Hoy sólo recuerdo brumosos perfiles y no versos; una temperatura sedosa o arisca o fatua; un aliento de cortinas y de infancia, y acaso si los nombres de los personajes, de los queridos reinos que atravesaban sus páginas, que subieron por ellas y bajaron como por la escalera quebrantada del vecindario limeño que me aprendió a vivir.
Entre aquellos poemas incendiados habían también cantos que anhelaban ser políticos, - porque en ese entonces todos los visitantes, todos los habitantes de este mundo tenían diecinueve años dentro del corazón, dentro del mío; y ustedes, por ejemplo, eran altos y pálidos y hermosos en mi memoria o en mi desconocimiento; y yo me negaba a recién-salir de una adolescencia alborotada, prefería confundirla y confundirme con mis propias hambres de escribir y existir, y me era otoñal, me era gélido, me era muy difícil aceptar los distingos entre rebeldía y delincuencia, entre amor y cuerpo en llamas, entre palabra confiada y balbuceo altisonoro escrito (equívocos que, por lo demás, suelen seducirme hasta la fecha). Llevaba ya tres años en la Universidad de San Marcos y dos en el Frente Estudiantil Revolucionario- Más deseoso de agradar escribiendo arengas que de trabajar rastreando poemas, me gané el tiempo de puro perderlo: rondaba a las cachimbas melancólicas y recitaba en las aulas y en los mítines, esquivando las expresiones crítico-lacrimógenas de la Guardia de Asalto, cuando no, respondiendo con palos a los discutibles criterios estéticos de la matonería del Apra.
En 1960, paralelamente a mi furtiva participación en un frustrado grupo de guerrilla urbana que organizaron varios compañeros, varios amigos igualmente imantados por la heroica experiencia de Fidel Castro, escribí mi primer cuaderno que creo que verdadero: Poemas bajo tierra. Esos versos compartieron con los cánticos de El viaje de Javier Heraud, el primer premio en el concurso "El poeta joven del Perú", llevado a cabo por el incurable empeño del poeta Marco Antonio Corcuera. A fin de adelantar algunas excusas surrealistas de mi arte poético y mi vida, debo declarar que me fue más problemático cobrar el premio que escribir el libro premiado. El asunto fue así: con Mario Razzeto, también distinguido, como se dice, en aquel concurso, partí un atardecer rumbo a Trujillo, donde nos esperaba Javier para recibir los cheques correspondientes. Pues bien. No llegamos a tiempo a raíz de un lamentable error de la policía política de Prado, la cual -confundiendo a Mario Razzeto conmigo, y a mí con Mario Razzeto, ambos entonces con orden de captura- nos apresó a la altura del río Chillón (río de nombre muy apropiado) y nos devolvió amablemente a Lima, a uno de los sótanos de Radiopatrulla de la Guardia Civil, en La Victoria (barrio de nombre igualmente apropiado). Para recuperar nuestra libertad, y siguiendo los ordenamientos parasicológicos descubiertos por Dadá ha mucho tiempo, Mario Razzeto y yo no tuvimos más remedio que falsear y/o intercambiar nuestras identidades. O sea que Mario Razzeto se hizo pasar por Mario Razzeto, yo me hice pasar por César Calvo, y así -dejando atrás a un comisario confuso para siempre- pudimos cosechar, como se dice, algunos ralos aplausos trujillanos al día siguiente de la entrega de premios…”

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