Los balances de los
años siempre son tristes. Primero porque siempre nos sorprendieron algunas
ausencias que nos hicieron doler como la de mi amigo Manuel Ruiz al que la
muerte lo sorprendió en una agencia de viajes cuando se disponía a viajar a
Lima.
Otras ausencias se
hacen más largas y siempre suelen como la de mi hijo Jaime Javier a quien no
veo ya hace nueve años, tiempo en el que he aprendido a sobrevivir sin él y en
el que felizmente la ayuda de otras personas a las que amo me han dado el
soporte para seguir, tantos afectos que me han hecho tanto bien – Un
día voy a encontrarte Jaime Javier, ya tienes doce años y nada ha sido fácil ni
para ti ni para mí, lo siento en mi alma-
Es inevitable hacer
un balance sin algunas lágrimas que llorar. El tiempo pasa y nos toca y a veces
descubrimos que alguna enfermedad nos ha buscado y que viviremos con ella por
el resto de los días, pero que la vida tiene cosas felices también y que todo
se compensa. Hemos leído muchos libros este año con vehemencia, dejamos algunos
escritos en las hojas de este diario, historias que van a sobrevivirnos y por
la que la gente nos conocerá cuando ya no estemos.
Un año más siempre
es un año menos, un año menos en nuestra vida, un ciclo cumplido en 365 días y
que no va a volver a repetirse nunca más, por eso duelen tanto las ausencias,
el tiempo perdido no vuelve más.
He visto crecer las
flores y las lluvias y sucederse los días y las noches en todo un año. Uno que
termina y que se va para ser solo un almanaque menos, abatido con sus días
azules y rojos, el otoño de los días los deja sin hojas hasta quedar
completamente vacío, inerme abandonado.
Siempre hay cosas
por hacer, cosas inconclusas, días vacíos que nos dejan una huella o amores
silenciosos que nos siguen como una sombra y aquellos que nunca podrán ser y
que quedan deshabitados en el tiempo… enrarecido, vanos. Siempre habrá heridas
que cierran con el tiempo y las que nunca cierran. El fin de un año siempre
habrá un dolor que va pasando con los días.
Hoy que se acaba
diciembre vuelve a buscarnos la tristeza, para jugar esa guerra de niños y no
con moras frescas, sino con golpes de verdad y llanto de verdad. La vida nunca
juega, la vida golpea en serio, nos persigue, nos maltrata; cuando nos busca
nos alcanza hasta dolernos.
Pero todo en la
vida se compensa, por eso cuando veo la mirada de mi hija Azul sé que todo ha
valido la pena, que todo tuvo una razón y que la vida nos tiene reservadas
siempre sorpresas maravillosas, lo sé cuando veo a Luz y a Leslie –tantos
amores para siempre- y me
sumerjo en el teclado diariamente y me derrumbo sobre los libros que tanto amo –esos
del Tesoro de la Juventud que mi madre me leía con entusiasmos hablándome de
cuentos y de hadas que siguen habitando esas páginas-.
Todo lo que hagamos
nos va a sobrevivir, por eso es mejor andar por la vida amando y no odiando,
intentando ser feliz de alguna manera. Olvidando las historias de tristeza que
alguna vez nos golpearon, escribiendo sobre ellas nuevas y felices que nos
renueven la alegría cada mañana de nuestra vida.