Cuatro años han
pasado desde que la intransigencia del gobierno de Alan García generara uno de
los sucesos más lamentables de la historia del Perú, “el baguazo” dejó una
estela de muerte de 23 policías fallecidos, 10 civiles y un policía hasta hoy
desaparecido. Después de los infaustos hechos salieron las autoridades a
lavarse las manos manchadas con sangre y balas.
Han pasado 11 meses
de las muertes que sucedieron en Celendín y Bambamarca por el conflicto minero
surgido en torno al proyecto Conga. Aquellas personas que murieron baleadas en
Celendín, entre ellas un menor de edad, no eran parte de las protestas y se les
disparó desde todas partes, también desde un helicóptero. Se disparó a matar.
Después de los infaustos hechos salieron las autoridades a lavarse las manos
manchadas con sangre y balas.
En ambos casos hay
cifras indeterminadas de civiles procesados, pero ninguna autoridad política ha
sido procesada por los hechos. En ambos casos hay muchas viudas, muchas madres
que perdieron a sus hijos, muchos padres, muchos huérfanos que van a aprender
la historia del Perú diferente al resto de la gente, porque existe un
resentimiento social.
Los líderes
azuzadores del conflicto a la hora de las balas estuvieron bajo sus camas, mientras
los peruanos se mataban unos a otros ¿Quién va a pagar la factura de esa
infelicidad? Los gobiernos fratricidas, en ambos casos, se lavaron las manos
como Pilatos y hablaron del Estado de Derecho y de la democracia, una
democracia que para cientos de huérfanos y viudas no ha llegado ni llegará
porque no hemos aprendido de nuestros errores.
La actitud cobarde
de los dirigentes y de las autoridades hizo que el drama sea mayúsculo, porque
se trató de hacer creer en ambos casos que fueron los civiles quienes iniciaron
los enfrentamientos, en realidad en ambos casos, fue el mismo gobierno quien
incitó la guerra para cortar con el conflicto a balazos. Los gobiernos de turno
en “el baguazo” y “el congazo” olvidaron que el pueblo cuando se siente
agredido responde.
Los nativos de
Bagua son personas de lo más simples y buenas, pero se sintieron heridos en su
alma cuando el gobierno pisoteó sus derechos y tomaron las ramas de sus árboles
para hacer sus lanzas.
Los pobladores de
Celendín, son probablemente la gente más bondadosa del Perú, su pasividad es un
emblema, pero alguna vez cuando se sintieron violentados quemaron su comisaría
ante el abuso cometido con un detenido que apareció misteriosamente, muerto en
su celda.
Mientras el
gobierno no aprenda de sus errores, mientras los dirigentes oportunistas –no
lo son todos- no aprendan que no se puede seguir escribiendo la
historia con hechos sangrientos, seguiremos en ese círculo vicioso e inoficioso
de muerte y desolación.
Después de 4 años
del “baguazo” y a casi uno del “congazo” sería bueno reflexionar y pensar un
poco en los que quedaron desamparados, los que van a crecer con una idea
diferente de un país que también les pertenece, sería bueno pensar en los hijos
que sueñan encontrar de nuevo a sus padres o en el padre que sigue buscando a
su hijo policía entre el río y la maleza, sería bueno pensar que con lágrimas y
sangre no se puede escribir ninguna historia que tenga un final feliz.