Un 15 de mayo, hace 49 años murió
el poeta Javier Heraud Pérez, atravesado por las balas de armas fratricidas que
veían en él un peligro social, él apenas si había jugado a la guerra con moras
frescas, nunca pensó que su pecho y su cuerpo iban a terminar atravesados por
más de treinta balas cuando inerme y silencioso, se había rendido y hasta había
agitado un trapo blanco en señal de claudicación en medio de las aguas del río
Madre de Dios.
Javier Heraud fue la precocidad de
la vida hecha un hombre con alma de niño. Las historias que de él se cuentan
son muchas, quizás pocas tan ciertas como las que cuentan las personas de su
entorno, las que tomaban café con él en las calles de Miraflores o a las
salidas de la universidad de San Marcos, en donde despertó en él, el espíritu
liberador y redentor que sus cortos 21 años no llegaron a alcanzar. Murió entre
pájaros y árboles. -Ya lo había
anunciado alguna vez en uno de sus versos-.
La vida de Heraud estuvo plagada
de sorpresas, de una cadena de hechos que lo convirtieron en uno de los
emblemas juveniles de su época. Viajero incansable, poeta profundo pero
sencillo, supo descubrir en medio de la tormentosa época antiimperialista que
la razón de su vida era la libertad de los pobres y así vivió. Dejó la
Universidad Católica para ingresar a San Marcos y ser parte de lo que él
consideraba una vida más digna. Pudo llevar una vida cómoda y tener una
existencia parsimoniosa como aquellos que junto a él estudiaron en el mejor
colegio de Lima de ese entonces. Pero el prefirió viajar a Cuba y conocer la
vida triste de los hombres que se creían libres en esa Isla, -una isla que al final fue más aislada
todavía-
Sus últimos años en Cuba los pasó
escribiendo cartas a su madre, a sus hermanos, a su padre, a todos aquellos
seres que amaba y que le dieron una razón a su existencia durante su niñez. La transparencia
de cada uno de sus poemas es notable; cada verso de Heraud es un camino que
reverdece con el paso del tiempo. A su muerte uno de los primeros en
pronunciarse fue el poeta universal Pablo Neruda – en ese año aún no había ganado el Nobel, el premio llegaría años
después-
Su viaje a Cuba, había dicho el
poeta a sus padres, era para aprender dirección de cine, en realidad se
preparaba para ser un guerrillero. Fidel y el Che estaban de moda y los poetas
eran captados porque capitalizaban la emoción que las guerrillas de entonces
necesitaban. De esa generación se salvó Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza,
César Calvo, ellos prefirieron hacer himnos desde la distancia… Javier en
cambio, se puso un fusil al hombro y quiso entrar por la frontera de Perú y
Brasil para cambiar el mundo. Él creía que el mundo podía cambiar y que la
gente podía hacerse buena, se equivocó y hoy nos llena de ausencia. Se equivocó
y hoy apenas si tenemos unos versos que nos muestran lo que pudo ser, el poeta
inmenso que pudo llenar de versos cientos de libros como sus otros camaradas
que hoy escriben en grandes editoriales, viajan invitados a París y beben en
los salones de las Casas de Cultura de un mundo que ya casi ni lo recuerda.
El cadáver de Javier Heraud estuvo
sepultado en esa inhóspita selva muchas décadas, entre la tierra fecunda de
vida y de insectos, de ausencias diarias y de renovación perpetua, solo hace
unos años sus restos fueron exhumados y llevados a Lima, en donde hoy reposan,
en esa ciudad donde alguna vez la lluvia lo esperó al salir de la escuela,
donde se enamoró por vez primera, donde jugaba a la guerra con moras frescas y
no con balas que mataban, donde aprendió que existe un estado que se llama
pobreza y que no todos lo tienen, donde descubrió también que había un país
megalómano que se llamaba Estados Unidos y donde habían barcitos cool donde
se cantaba La Flor de la Canela.
Javier Heraud murió sin conocer la
vida, como los javieres que ahora son asesinados igualmente por las balas
fratricidas de los asesinos que operan en el VRAE, en la selva; como aquellos
javieres que creen que el mundo se puede cambiar,
aunque antes de que se den cuenta hayan sucumbido sin saber por qué ni por quién.