Los antiguos romanos fueron los inventores de ese acto ceremonial que es juntar los vasos mientras se brinda, el significado es simple cuando uno bebe se prueba, se huele se ve, se toca, pero faltaba la presencia de uno de los sentidos en ese acto, faltaba la presencia del oído, esa ausencia fue reemplazada con ese juntar de copas o vasos, los vasos al unirse producen un sonido, cuya onomatopeya es equivalente a chin chin, entonces uno bebe con los cinco sentidos. Poniendo los cinco sentidos y a veces hasta perderlos totalmente.
Una reunión de trabajo nos convocó a un grupo extenso de compañeros a recibir unas charlas. Uno de los conferencistas era un periodista de vieja estirpe, lúcido hombre de letras a quien he seguido con admiración en su vasta trayectoria. Don Alamiro Villanueva.
Cuando yo era aún un niño lo veía en televisión, era el rostro que identificaba a la televisión de aquel entonces, era el rostro de la noticia. En ese entonces alguna vez lo encontré en la calle y me parecía una estrella lejana, inalcanzable. Cuando uno se acostumbra a ver a alguien siempre en la televisión es extraño verlo caminando por la calle, siempre idealizamos a lo que admiramos.
Esta vez lo tenía frente a mí, su conferencia fue magistral y amena, me sorprendió su sapiencia y su don de gentes. El auditorio participaba y la agilidad de su charla hacía entretenido el mínimo detalle. Definitivamente no en vano fue el decano del colegio de periodistas y uno de los periodistas cajamarquinos más representativos. Se ganó los aplausos de un público que quedó fascinado ante el conocimiento de don Alamiro.
Cuando concluyó su exposición hubo que hacer cola para felicitar esa brillante participación. Al llegar hasta él antes de que le dijera palabra alguna me tendió la mano y me felicitó. Mi extrañeza fue abrumadora, aquel señor me estaba diciendo que leía esta columna, que la apreciaba y que la disfrutaba. Viniendo de un maestro de esa talla no pude más que sentirme feliz y agradecido.
Luego de ello vino el almuerzo y unas cervezas. Don Alamiro se acercó y brindamos como antiguos romanos, los vasos se juntaron en ese característico e inconfundible chin chin. Nunca imaginé que un día brindaría con el señor de la tele, con ese hombre que salía diariamente a narrar las noticias tras la pantalla de un televisor pequeño y de blanco y negro. Y es que tal vez su rostro está vinculado a mi niñez, a mis regresos de escuela y el café caliente esperándome en la mesa, al abrazo tierno de mi madre esperándome en casa, a mi pequeño televisor de 14 pulgadas y en blanco y negro. Al rostro de don Alamiro empezando la historia de la televisión en Cajamarca. A todas esas cosas que por más que las evoque nunca han de regresar, por que la vida se va y no vuelve, porque la vida es un río que nunca regresa.
Chin chin y sus ojos brillan cargados de nostalgia y experiencia, vuelve a abrazarme y a felicitar las cosas que aquí se escriben, luego cruza el jardín hasta perderse en un tumulto desigual de colores y distancias. Yo me quedo pensando que hoy ha sido un buen día.