La de Ernesto Cardenal es una vida exagerada. Extrema en la renuncia. Renuncia a una juventud burguesa, pero bohemia en la terrible Managua del dictador Somoza. A su país, durante los años que pasó en un monasterio trapense de Estados Unidos. A la literatura, incompatible, le dijeron, con la vida contemplativa. A la revolución sandinista aunque él siga empeñado en que todavía es posible el reino de Dios en la tierra y por mucho que reconozca que Nicaragua aún está pagando los desmanes del Gobierno de Daniel Ortega.
Renuncia, la más dolorosa, a las mujeres que, por cierto, debían ser guapas y delgadas si querían interesar al joven escritor Cardenal. "Y así sería ahora si tuviera que estar todavía escogiendo... Pero Dios me estaba buscando para otra cosa aunque yo tardara en darme cuenta...". Tanto que en cada amor, y tuvo muchos, Cardenal preguntaba y Dios o la casualidad o lo que cada uno quiera entender respondía metódicamente que no, con signos diversos. Que no, en un burdel "ocurrió algo, ya no me acuerdo qué fue y mi propósito se frustró. Dios me quitó las putas en París, la ciudad estaba pasando una época de puritanismo y justo cuando yo llegué las autoridades habían tenido éxito en eliminar a todas las prostitutas en las calles". Que no, por una serie de coincidencias, malentendidos y desencuentros en cada noviazgo, que Cardenal siempre achacó a la Providencia. Que no, en todos y cada uno hasta que llegó Ileana, y nunca estuvo tan cerca Cardenal del matrimonio, tan cerca que pidió una señal definitiva, y la tuvo.
No una señal mística de las que imaginamos al uso, pero sí definitiva de puro prosaica. Ileana se descubrió una alergia pertinaz al pretendiente. Una alergia física que se le desataba hasta con un beso. Tan puramente física que, a lo mejor precisamente por eso, terminó de convencer a Cardenal, que cogió un avión y se instaló en el monasterio de Gethsemani, en Kentucky, al lado de su maestro Thomas Merton. Tenía 32 años, era poeta, escultor y licenciado en Filosofía y Letras y había pasado largas temporadas en Nueva York y Europa. No conocía lo que le esperaba, pero sí, muy bien, lo que dejaba. De todas estas renuncias, o ganancias, y de las que vinieron después habla Cardenal a los 74 años en la primera parte de unas memorias, publicadas por Seix Barral y que ha titulado Vida perdida. "El que pierda su vida por mí, la salvará", cuenta San Lucas que dijo Jesucristo.
¿Así ha sido?: "Todo puede verse de dos maneras. `El que quiere salvar su vida la perderá y el que pierde su vida por mí la ganará', dice efectivamente el Evangelio. Quise conservarla durante todo el tiempo que duró la lucha entre Dios y las mujeres y ahora me doy cuenta de que fue una parte de mi vida perdida. Dios me perseguía, no era yo quien le buscaba a Él. Después, al entregarla, la gané. Pero sacrificando el amor humano".
No fue ése el único sacrificio, pero sí el principal. En otro tiempo y en otras circunstancias, o eso imagina ahora Cardenal, habría podido encontrar la manera de llegar al misticismo sin que se estorbaran Dios y una mujer. "Entonces no fue así. La mayor renuncia fue a lo afectivo, a lo erótico, a lo sexual. Hubo otras, pero no tan importantes para mí. Resultó muy doloroso dejar mi país, yo siempre he estado obsesionado por los lagos de Nicaragua y vivir en un monasterio de Estados Unidos me condenaba a no volver a verlos. Pero ya lo he dicho, lo que uno le entrega a Dios, Dios se lo devuelve. Después, y a través de caminos extraños, salí de allí y fundé una pequeña comunidad justamente en un lago de Nicaragua".
Otro factor humano, se habla más de Cardenal, de lo que dice y lo que hace, que de su obra, por mucho que el Cardenal escritor haya estado alguna vez cerca del Nobel con una obra poética tan original como la que agrupa Oración por Marilyn Monroe y otros poemas, Cántico Cósmico o Telescopio en la noche oscura.