Cuando Lena y yo decidimos divorciarnos creíamos que era un trámite sencillo como lo fue el casarnos. El amor había envejecido y como una flor que es arrancada de su tallo se había convertido en un racimo de días desabridos que era preciso terminar por bien de la salud mental de los tres, pues teníamos un hijo de tres años al que amábamos mutuamente.
La familia de mi ex esposa, una familia modesta, recibió con algarabía la noticia pues en realidad siempre hubo una inquina prodigada con veladamente, inquina que en honor a la verdad era mutua. Antes del matrimonio siempre había pensado que la familia de mi pareja era un asunto secundario, craso error, la familia de nuestra pareja es la sombra perpetua, la tradición con un apellido, la manera de ver la vida, de vestir, de compartir, de comer, de pensar.
Nuestra ruptura matrimonial se firmó por mutuo acuerdo al comienzo, luego tuvo una variante hacia una demanda formal. Cierta trágica mañana Lena en un acto de locura y arrebato que había sido planificado fríamente con su familia, llegó quejumbrosa hasta la casa en la que vivía con mi pequeño. Quiero ir de día de campo con el niño me pidió con la voz entrecortada, me pareció que era un derecho que no le podía negar. Entonces vestí a nuestro hijo y nos abrazamos esperando vernos el día siguiente. Han pasado más de tres años desde ese día y el día de campo no ha terminado, no he vuelto a saber nada de mi hijo pese a mis infructuosas búsquedas diarias.
Pero como todo había sido calculado con frialdad, mi ex esposa (ahora ex todo) había dejado un poder notarial a su hermano, un tipo parco que apenas articulaba frases coherentes como su representante para seguir con el juicio de divorcio.
Cierta mañana me llegó una notificación por debajo de la puerta, en ella con letras mecanografiadas decía: Demandante Tito Flores Rosas, Demandado: mi nombre, Causa: Divorcio. No pude evitar el sonrojarme al leer tan infamante papel. Un hombre me pedía el divorcio, me decía que nuestra vida era insostenible y que nuestras grandes diferencias habían dilapidado el amor que alguna vez nos ató… En mi país suceden cosas así, son los vacíos legales que existen y que permanecen vigentes en códigos que siempre tienen una doble interpretación.
Mi hijo desaparecido, al que no veo tres años y unos meses y del que no sé absolutamente nada fue arrebatado de sus días de jardín, sus clases de inicial mutiladas. En las comandancias no me aceptaron denuncia alguna porque entre padres el secuestro ni el rapto existe. Continuamente me siguieron llegando notificaciones de divorcio de mi ex cuñado. Ahora estoy divorciado, Tito cobra la pensión de mi hijo y ahora me ha exigido un aumento, pese a negarse a informarme sobre el paradero de mi hijo. Sólo en el Perú pueden pasar tales aberraciones.
Ahora estoy legalmente divorciado, pero siempre me asaltan las dudas jurídicas y me pregunto si realmente me divorcié de Lena o ciertamente de quien estoy divorciado es de Tito. Cuando lo encuentro en la calle y veo su rostro salpicado de viruela pienso que tan mal gusto no he podido tener y que no es posible que me hayan divorciado de un hombre con el que nunca me casé… Sólo en el Perú verdaderamente pueden pasara estas cosas.