El día jueves 11 de enero, apareció en esta columna el artículo titulado:”De maestros, profesores, pedagogos, educadores y otras especies” donde se hace referencia al bajo nivel de actualización de los actuales profesores del Perú, es verdad que le compete al gobierno mantener vigente un plan de actualización para los maestros del Perú, pero también es cierto que los docentes, una vez concluidos sus estudios profesionales no se actualizan por cuenta propia en lo más mínimo.
Vivimos en una nueva era donde la tecnología está cada vez más avanzada, nos hallamos en la era del Internet, donde se puede acceder con suma facilidad a millones de libros, periódicos e información actualizada. Lamentablemente son pocos los que lo hacen, se prefiere el uso de información para búsquedas inútiles o lecturas sin interés carentes de información importante o valiosa.
Cuando escribí la columna del día once, fue con la única intención de hacer un análisis oportuno de un tema de actualidad que nos atañe a todos. Luego de la publicación he recibido una multitud de correos anónimos que no hacen otra cosa que confirmar lo mencionado en esas líneas y peor aún, mi inocente madre aludida en cada uno de los correos agresores. Solo citaré algunas líneas del escandaloso artículo que me ha costado un sin fin de insultos e improperios:
“…Esa ola gigantesca que es el tiempo, se encargó de varar mis días a otras playas, de arrastrar mi vida lejos de esa isla feliz que fueron sus sabias enseñanzas. Esos maestros increíbles también fueron arrastrados por el tiempo inclemente a retiros esperados. Dejaron de escribir sus días con tizas polvorientas y empezaron a borrar sus vidas con almohadillas de tristeza. Había que dejar el lugar para otros y ellos lo sabían bien.
Después de ellos una generación distinta llegó, una generación de profesores forjados en climas violentos, entre gases lacrimógenos y smock de llantas de caucho, entre insultos y pedradas destruyendo ventanales públicos y privados. Una generación incapaz de predicar con el ejemplo, una generación absurda con la que se pretende que un alumno lea doce libros al año cuando los educadores no leen dos al año, otros ni siquiera uno… Salvo las excepciones que se volvieron una especie rara, en extinción, una especie cada vez más difícil de encontrar en este mundo cada día menos piadoso y más vacío….”
Luego de leer los correos cargados de inquina y desprecio no he podido dejar de sentirme preocupado, me preocupa la calidad de redacción que algunos docentes, porque así se identifican los supuestamente aludidos, ni siquiera pueden redactar un correo anónimo sin errores de redacción. No se dice “Haiga”, por ejemplo, sino haya; el “más” se tilda cuando es adverbio de cantidad y un “bastardo” es el hijo nacido fuera del matrimonio, ilegítimo y no un traidor a una supuesta causa social.
Nadie que sea un auténtico maestro debió sentirse aludido con la columna en cuestión, nadie que sea un maestro de verdad escribiría un correo anónimo con nombre tan risibles como el “Vengador Sutepista” o el “Defensor de la verdad”, menos aún tomaría el honorable nombre de un maestro de verdad como “Horacio Zevallos Games”. Entiendo que las verdades duelen, que hay verdades que nos dan en el rostro con violencia, pero apelo al viejo dicho que suele decir mi amigo Mario, un hombre cabal y que a sus casi sesenta años sigue siendo un hombre con fe, como él suele decir siempre: “El que dice la verdad no miente”