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jueves, octubre 12, 2006

Las muchachas que perdí


Una muchacha suele ser por definición genérica una mujer joven, en el lenguaje peruano y más exactamente en nuestros cajamarquinismos se le llama así a las personas que suelen ayudar en una casa ha cambio de un sueldo siempre modesto. Las situaciones de mi vida me llevaron a poner un anuncio típico en una situación típica. “Se necesita muchacha, cama adentro, con experiencia” Aparecieron varias a averiguar sobre en qué consistía la tarea exactamente. Se trataba de cuidar a un niño de un año, cocinar y lavar. Las chicas escuchaban con atención y luego venía la pregunta de ley ¿Cuánto paga? Fue así que empezó la azarosa vida.

La primera fue una chica que pedía libre dos días a la semana, sábado y domingo, pues se trataba de una estrella folclórica “La estrellita de Cumbico” poco duró en el trabajo, pues no solo salía los viernes temprano, sino que llegaba el lunes tarde y ebria. Varias aparecieron luego, que duraron poco.


Hubo que rehacer aviso tras aviso y volverlo a pegar una y otra vez, con tal infortunio que en una ocasión, por el apuro, había puesto “Se necesita muchacha, con experiencia, dentro de la cama” craso error, pues cuando me di cuenta de mi aliteración ya me había ganado el repudio del vecindario que me miraba con ojos de infamia y oprobio. Con justa razón, debo agregar.

Una vez reparado el incidente gramatical apareció una señora con aires palaciegos. Me explicó que había sido el ama de llaves de un coronel o comandante, lo que avalaba su experiencia. Una vez instalada en mi modesta casa empezaron los problemas. Una de sus primeras preguntas fue ¿Dónde está el Chef Samsung? Obviamente refiriéndose a un horno microondas del que yo carecía, lo confieso sin vergüenza alguna, pues era el génesis de mi hogar. Luego preguntó por la lavadora y la máquina lavaplatos. Pero las cosas se turbaron cuando pidió el menú de la semana. No se bien si la despedí yo a ella o ella me despidió por ser un “patrón” tan pobretón. Me queda la duda.

Apareció luego la chica alta y joven, casi un metro ochenta, de ojos celestes, con una estructura anatómica que Claudia Schiffer hubiera envidiado, piel blanca y finos modales. Duró poco, nunca me quedó claro porque mi ex esposa, la despidió. Pese a mis vanos intentos de convencerla de que no lo hiciera.
Entonces entró en escena la metódica, joven ordenada y cauta, quien escribió con un lapicero rojo al final de una gran flecha que señalaba a un día: "Hoy empezó mi regla".

Luego llegó la oportunista, llegó una noche de viernes. Aceptó el empleo con la condición de que pasaría la noche, dejaría sus cosas y volvería el lunes para empezar con el trabajo. Y así fue. Esa noche cenó, se duchó, durmió plácidamente en el cuarto destinado para ella y al día siguiente partió dejando sus cosas como testimonio de su buena fe. El lunes regresó y dijo que no podía quedarse en el empleo, pues problemas personales le impedían. Nunca me sentí tan estafado como aquella mañana de junio.

Ahora sé que en la vida hay que estar siempre preparados para aquellas sorpresas minúsculas que nos hacen aprender cada día, como cada una de aquellas que aprendí involuntariamente con todas aquellas muchachas que perdí.

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