Eran comienzos de los ochenta cuando vivía, aún en el hogar paterno con pocos años en la vida, en un cuarto piso; un vetusto departamento frente a la antigua cárcel. La UTC entonces era un equipo de primera que convocaba cada domingo a muchos fanáticos en el estadio Héroes de San Ramón. Mi padre, como todos los padres del mundo, pretendía inculcarnos el fútbol, a mi hermano y a mí, como una meta llena de posibilidades en la vida. Como todo padre que soñaba con tener un hijo futbolista, lograr en un hijo lo que era en él una frustración introspectiva de sus años juveniles en que no pudo llegar más allá de los goles amicales del óvalo del obelisco, en la salida a la costa.
Por eso, los domingos, cuando se anunciaba un partido de fútbol, nos llevaba al estadio en un microbús, debo confesar que fueron las últimas veces que lo vi usando ese transporte público tan venido a menos en la actualidad. Pero debo reconocer también que eran otros tiempos, quizás más austeros.
Llegar al estadio era emocionante, los vendedores y buhoneros en torno a sus puertas hacían gala de sus roncas voces gritando sus ofertas apurados. Las mañanas soleadas en la niñez parecen tener un color más claro, el pasto verde a esa edad siempre es más verde y los ídolos se ven más lejanos a pesar de tenerlos a un metro de distancia. Se ven más grandes e inalcanzables. Recuerdo haber visto jugar a Cristal, Alianza Lima, Sport Boys y al mismo Wilstermann y al Colo Colo. Partidos en los que el equipo cajamarquino rara vez perdía.
Un hombre infaltable en esas mañanas soleadas y deportivas era el “Loco Terry” mítico personaje cajamarquino que vive frente al estadio, aún hoy. Su rostro pintado con aceptil rojo o con violeta de genciana era parte de aquellos domingos. Era un barrista pertinaz que animaba a las tribunas con mil combinaciones verbales de mediano y grueso calibre. Todos disfrutaban de las frases que decía y reían a carcajadas. Cantar los goles del equipo era fabuloso y no porque uno fuera un amante del fútbol, sino porque era hermoso ver a toda la gente alegre cantando el gol del equipo Cajamarquino. Nadie más feliz que el “Loco Terry”, que celebraba con gritos y gestos obscenos esos goles hoy ausentes. Y como olvidar las voladas espectaculares que se daba Purizaga en pos de ese balón casi inalcanzable para todos, pero no para él.
Los medios tiempos eran una escena aparte. La gente se alejaba de sus asientos y se dirigía a buscar un “combinado” curioso plato, ya típico en Cajamarca, donde se mezclan el cerdo y el pescado en hepática combinación. Añadido de limón y papa. Fue en esas expectaciones domingueras donde por primera vez comí ese plato encantador. Más temprano o más tarde siempre acaba el partido y la UTC siempre o casi siempre ganaba. Al escucharse el silbatazo final.
Pero los años pasaron y la UTC fue destronada primero y sacada de primera división después. Los equipos capitalinos y del resto del país dejaron de venir a Cajamarca, “El Loco Terry” se sumió en amargura y se dedicó al poco lucrativo negocio de vender almanaques Bristol y papel higiénico de dudosa calidad. Mi padre comprendió que yo no podía ser una estrella jugando al fútbol porque las pocas veces que lo hice fue parado en un arco que era una coladera. Y sus sueños se fueron diluyendo cada día. Cada día como hoy en que su recuerdo acecha mi alma. Feliz día papá y perdona que no haya sido un Maradona como hubieras querido. Perdona que apenas te escriba letras cargadas de recuerdo y de distancia.
Por eso, los domingos, cuando se anunciaba un partido de fútbol, nos llevaba al estadio en un microbús, debo confesar que fueron las últimas veces que lo vi usando ese transporte público tan venido a menos en la actualidad. Pero debo reconocer también que eran otros tiempos, quizás más austeros.
Llegar al estadio era emocionante, los vendedores y buhoneros en torno a sus puertas hacían gala de sus roncas voces gritando sus ofertas apurados. Las mañanas soleadas en la niñez parecen tener un color más claro, el pasto verde a esa edad siempre es más verde y los ídolos se ven más lejanos a pesar de tenerlos a un metro de distancia. Se ven más grandes e inalcanzables. Recuerdo haber visto jugar a Cristal, Alianza Lima, Sport Boys y al mismo Wilstermann y al Colo Colo. Partidos en los que el equipo cajamarquino rara vez perdía.
Un hombre infaltable en esas mañanas soleadas y deportivas era el “Loco Terry” mítico personaje cajamarquino que vive frente al estadio, aún hoy. Su rostro pintado con aceptil rojo o con violeta de genciana era parte de aquellos domingos. Era un barrista pertinaz que animaba a las tribunas con mil combinaciones verbales de mediano y grueso calibre. Todos disfrutaban de las frases que decía y reían a carcajadas. Cantar los goles del equipo era fabuloso y no porque uno fuera un amante del fútbol, sino porque era hermoso ver a toda la gente alegre cantando el gol del equipo Cajamarquino. Nadie más feliz que el “Loco Terry”, que celebraba con gritos y gestos obscenos esos goles hoy ausentes. Y como olvidar las voladas espectaculares que se daba Purizaga en pos de ese balón casi inalcanzable para todos, pero no para él.
Los medios tiempos eran una escena aparte. La gente se alejaba de sus asientos y se dirigía a buscar un “combinado” curioso plato, ya típico en Cajamarca, donde se mezclan el cerdo y el pescado en hepática combinación. Añadido de limón y papa. Fue en esas expectaciones domingueras donde por primera vez comí ese plato encantador. Más temprano o más tarde siempre acaba el partido y la UTC siempre o casi siempre ganaba. Al escucharse el silbatazo final.
Pero los años pasaron y la UTC fue destronada primero y sacada de primera división después. Los equipos capitalinos y del resto del país dejaron de venir a Cajamarca, “El Loco Terry” se sumió en amargura y se dedicó al poco lucrativo negocio de vender almanaques Bristol y papel higiénico de dudosa calidad. Mi padre comprendió que yo no podía ser una estrella jugando al fútbol porque las pocas veces que lo hice fue parado en un arco que era una coladera. Y sus sueños se fueron diluyendo cada día. Cada día como hoy en que su recuerdo acecha mi alma. Feliz día papá y perdona que no haya sido un Maradona como hubieras querido. Perdona que apenas te escriba letras cargadas de recuerdo y de distancia.