Un lunes cualquiera despertamos y nos damos cuenta que nos cuesta despertar cada vez un poco más, que pese a los años transcurridos hay un manto siempre de soledad y que cuando no la hay salimos a buscarla donde nadie puede vernos ni encontrarnos.
Un lunes cualquiera descubrimos que nos mintieron que estuvimos enamorados de un amor que no fue verdad y que es tarde ya para volver la vista atrás. Descubrimos que a nuestros amigos de antes cada vez los vemos menos, cada vez con menos frecuencia y que a veces al encontrarlos en cualquier lugar nos cuesta reconocerlos y hasta dudamos.
Un lunes cualquiera, despertamos, desayunamos soledad, leemos el diario por costumbre y no por necesidad. Recorremos los mismos espacios, nos despedimos y salimos al trabajo caminando sin darnos cuenta hasta llegar. Discutimos, nos enojamos, nos amistamos y nos damos tregua con nosotros mismos para ser menos felices.
Un lunes cualquiera al volver a casa por la calle nos damos cuenta que la mujer que siempre estuvo ahí, que esa que encontrábamos a diario y a la que nunca miramos tiene una mirada de ángel y pensamos que es demasiado tarde mientras recordamos el rostro de nuestros hijos.
Un lunes cualquiera entre ruidos de autobuses y gritos de la calle, entre humo y más ruido descubrimos que tenemos una dolencia que después el médico confirma como una enfermedad que es incurable pero que hay que cuidar solamente, que no hay que comer carnes rojas, que no hay que beber, que no hay que llorar, que no hay que amar. Entonces para que vivir.
Un lunes cualquiera amanecemos en los brazos de un viejo amor que se marcha al despertar, un lunes cualquiera descubrimos que siempre hemos vivido en el Perú, en esa tierra roída por las guerras y los políticos y los granujas que descubrieron que se podía vivir sin trabajar.
Un lunes cualquiera amanecemos, pensativos como el César Vallejo que nos mostraron y no como el poeta mujeriego y opiómano, no como el que enamoraba a la hija de la chichera en Santiago, no por amor sino por interés y que luego repitió con la hija del panadero en Paris.
Un día lunes simplemente ya no amanecemos, porque hemos pasado a ser parte de la tierra, recuerdo entre los vivos, bueno o malo, recuerdo al fin, hasta que el tiempo con todos sus lunes cualquiera… señor Vallejo, borra todo indicio de nuestro paso por este lugar que hoy habitamos como un préstamo de Dios. Un viernes como hoy o un lunes, uno cualquiera.