El racismo en el Perú y de manera especial en Cajamarca se ha incrementado con el paso de los años, la diferencia de economías ha hecho creer a algunos que existen seres superiores. Las largas colas que se hacen en el Banco de la Nación son una muestra de ello y se evidencia más en otras partes de la ciudad. El Carnaval rompe ese esquema y por unos días, todos somos iguales, cantando, bailando, bebiendo…
El punto de encuentro fue siempre la Plaza de Armas. Hoy se ha prohibido el acceso con fines carnavaleros a ella y se la ha cercado con horribles troncos y peligrosos alambres de púas, la estrategia debió ser otra, existe cierta discriminación en la medida.
Esos espacios que hoy son custodiados y que sin duda merecen ser protegidos, tienen mucho que ver con las relaciones sociales que se producen en esta época, pero la medida ha fallado porque solo se pensó en el centro y no en los lugares adyacentes.
El hecho de haberla cercado ha dañado contundentemente la estética de la principal plaza de Cajamarca, aquella que es punto de consenso obligatorio para todos los turistas que a propósito del carnaval llegan a Cajamarca, el hecho de querer tomarse una fotografía de recuerdo en tan dantesco escenarios es improbable.
Por otro lado, la reacción inmediata de los carnavaleros ha sido el desplazarse por los lugares periféricos y han convertido, la plazuela Belén, por ejemplo, en una cantina abierta y a la bella fachada de la Iglesia de ese complejo monumental en una letrina. Falta de tino de quienes previeron salvaguardar el ornato y belleza de la Plaza de Armas.
Se debieron instalar baños públicos portátiles en todos los accesos a la plaza y no centralizarlos en un punto como sucedió en años anteriores. Si a ello se sumaban una cantidad de agentes del orden la situación hubiese sido distinta, no era necesario arruinar la belleza de la plaza, parece que la cura resultó peor que la enfermedad.
La prohibición de tarolas en las celebraciones del carnaval parece un exceso sin antecedentes, si bien hay que rescatar las tradiciones y recuperar nuestras costumbres acciones imperativas no funcionan con grupos de jóvenes, es preciso hacer ciertas concesiones, comprender que el mundo evoluciona y que lo antiguo necesariamente se fusiona con lo nuevo. Hace años que las tarolas ingresaron al carnaval, no es una acción reciente, existe una línea muy delgada entre la tradición y la adaptación.
El carnaval es una fiesta de libertad y de libre albedrío, mientras no se afecte la moral, las buenas costumbres y no se atente contra la normalidad de una fiesta de todos, bienvenido. Quizás los organizadores deberían hacer algunas concesiones. El gobernador mismo, ahora habla de la belleza de la plaza, pero se olvida de que con frecuencia cuelga horribles gigantografias multicolores en el frontis de su institución. Hay que reflexionar sobre la esencia del carnaval, solo es cuestión de ponerse de acuerdo.
El punto de encuentro fue siempre la Plaza de Armas. Hoy se ha prohibido el acceso con fines carnavaleros a ella y se la ha cercado con horribles troncos y peligrosos alambres de púas, la estrategia debió ser otra, existe cierta discriminación en la medida.
Esos espacios que hoy son custodiados y que sin duda merecen ser protegidos, tienen mucho que ver con las relaciones sociales que se producen en esta época, pero la medida ha fallado porque solo se pensó en el centro y no en los lugares adyacentes.
El hecho de haberla cercado ha dañado contundentemente la estética de la principal plaza de Cajamarca, aquella que es punto de consenso obligatorio para todos los turistas que a propósito del carnaval llegan a Cajamarca, el hecho de querer tomarse una fotografía de recuerdo en tan dantesco escenarios es improbable.
Por otro lado, la reacción inmediata de los carnavaleros ha sido el desplazarse por los lugares periféricos y han convertido, la plazuela Belén, por ejemplo, en una cantina abierta y a la bella fachada de la Iglesia de ese complejo monumental en una letrina. Falta de tino de quienes previeron salvaguardar el ornato y belleza de la Plaza de Armas.
Se debieron instalar baños públicos portátiles en todos los accesos a la plaza y no centralizarlos en un punto como sucedió en años anteriores. Si a ello se sumaban una cantidad de agentes del orden la situación hubiese sido distinta, no era necesario arruinar la belleza de la plaza, parece que la cura resultó peor que la enfermedad.
La prohibición de tarolas en las celebraciones del carnaval parece un exceso sin antecedentes, si bien hay que rescatar las tradiciones y recuperar nuestras costumbres acciones imperativas no funcionan con grupos de jóvenes, es preciso hacer ciertas concesiones, comprender que el mundo evoluciona y que lo antiguo necesariamente se fusiona con lo nuevo. Hace años que las tarolas ingresaron al carnaval, no es una acción reciente, existe una línea muy delgada entre la tradición y la adaptación.
El carnaval es una fiesta de libertad y de libre albedrío, mientras no se afecte la moral, las buenas costumbres y no se atente contra la normalidad de una fiesta de todos, bienvenido. Quizás los organizadores deberían hacer algunas concesiones. El gobernador mismo, ahora habla de la belleza de la plaza, pero se olvida de que con frecuencia cuelga horribles gigantografias multicolores en el frontis de su institución. Hay que reflexionar sobre la esencia del carnaval, solo es cuestión de ponerse de acuerdo.