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domingo, junio 24, 2007

Viaje hacia la luz…




Seis de la mañana, es hora de partir, partir a un lugar indefinido del que no quisiera regresar, pero tampoco quisiera ausentarme del todo. Siempre me ha dado miedo viajar, por mí no viajaría nunca y me quedaría siempre en el mismo lugar hasta el día en que muera, viviría como algunas personas que nunca conocieron el mundo más allá de sus fronteras y nacieron crecieron, vivieron y murieron en el mismo lugar.

Los últimos libros leídos yacen en la mesa de noche, envejecidos por las dudas de si sirvieron como creí y de si verdad valió la pena haber sacrificado tantas cosas para comprar un paquete de libros originales cuando todos los libros en el Perú son piratas, en los estudios de los abogados, en los colegios, en los centros de estudios.

Un ave se acerca a beber agua de la fuente del patio azul. Hace frío y hay que viajar tan temprano huyendo de los abrazos y las llamadas telefónicas, hay que desterrase para no ser vistos por nadie excepto por la mujer que puede ser el nudo de una historia que había quedado inconclusa.

Luz me espera en una casa que ha sembrado de hortalizas y recuerdos, de gritos silenciosos que le recuerdan su soledad cuando regresa a su refugio. Unos libros también le hablan de melancolías y tristezas y un álbum de fotos le silencia a veces la risa y otras veces le dibuja líneas felices en ese rostro frágil.

El viaje es largo, la jalca está sembrada de soledad y de basura, de botellas plásticas y de envases de lubricantes, de bolsas de chizitos y papitas light, de botellas vacías de Coca Cola. Atila, el huno, el bárbaro salvaje, decía donde pisa mi caballo nunca más crece la hierba, y nuca se cumplió aquel decir. La Coca Cola Company nunca dijo nada de eso, pero donde hay una botella de Coca Cola no crece más la hierba, donde hay un trozo de plástico se apaga la vida para siempre. El viaje es largo y el paisaje no es el mismo.

Llego a una ciudad que no es la mía, a calles vacías que no me conocen, a distancias muertas que resucitan con mi impaciencia. Más allá, en el fondo de todo alguien me espera. Llego silencioso buscando la calma, llego hasta la casa, la misma puerta me espera, atravieso el pórtico y la luz se renueva, su sonrisa de niña, me abraza y me besa.

La luz atraviesa distancias, ilumina la oscuridad de los largos silencios, quizás ya no sean dos quienes esperan, quizás sean más. Puede ser que mañana seamos como las estrellas, uno nunca sabe lo que nos depara el destino, nunca lo supe ni lo he sabido, tampoco quiero saberlo, una vida metódica debe ser aburrida, es mejor renovar a cada instante los horarios, recoger las horas rotas del ayer junto a la arena del tiempo que ya no regresa.

Ella me abraza y mis manos en sus cabellos son ágiles verbos que desnudan el tiempo. Es tan breve la vida y tan incierto cualquier camino. Sus ojos me devuelven los ecos perdidos de la alegría.
La casa huele a hogar, la cortina que da a la calle trasparenta unas siluetas de gente que camina pensativa, la hora implacable avanza con su inagotable tic tac. Un viejo bolero en la radio canta versos de amor: Como rayito de luna/ entre la selva dormida;/ así la luz de tus ojos/ ha iluminado mi pobre vida… Y estoy seguro que esa luz ha iluminado rincones insospechados de mi mañana y me abrazo a ella para redimir el tiempo perdido, detenido en nocturnas vigilias. Y la abrazo con los ojos cerrados en nuestro mundo callado. Y la abrazo largamente como la noche que abraza la luz al llegar la mañana.

Balcon Interior

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