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jueves, mayo 06, 2010

Candilejas



Para ver tus ojos me adentré en el fondo de tu corazón una mañana en la que no sabía que el mundo era un lugar negado para la felicidad. No fue fácil aprender que los parques eran cementerios llenos de palomas cuando vivíamos en un mundo de edificios a los que empecé a querer por sus húmedas paredes y sus hierbas, sus palmeras y sus ficus y ese olor irremediable a farmacia que me marcó para siempre.

Alguna mañana, cuando teníamos un auto amarillo, un viejo Volkgswagen que ni siquiera era nuestro, era un préstamo de la vida en el que mi padre iba cada mañana a trabajar en una oficina entre papeles y útiles de escritorio que después descubrió no se hicieron para él, porque él siempre fue un hombre de roca y de cristal que solía llorar en soledad donde nadie podía verlo.

Es verdad que hace mucho que ya no hacemos de las tardes un nudo de alegría como antes, cuando aún ir de tu mano por la calle era hermoso, oír un cuento y descubrir que más allá de los nidos de las aves existe un mundo transparente hasta el que era fácil llegar mientras tú tejías con unos hilos inacabables tejidos que hoy son la historia escrita en un lenguaje indescifrable. Va a llegar el día en que se invente una máquina capaz de descifrar los pensamientos de cada mujer mientras tejía, va a llegar el día de descifrar el significado de cada lágrima derramada por una madre.

Un día dejé de llorar a gritos y me fui haciendo hombre, pero seguí llorando en silencio, aunque había crecido sabía que la felicidad era como las estrellas que se alcanzan en los sueños o como el sonido del agua que es imposible de atrapar entre las manos. Nunca supe como hacer una escalera para llegar hasta ella, nunca entendí cual era el camino para retornar a la niñez y quedarme dormido sin tener que despertar nunca más.

Hace unos días descubrí que me estoy haciendo cada vez más viejo, que cada día que pasa me parezco más a mi padre, a aquel hombre que siempre prejuzgué y al que no quería parecerme tanto. Hace unos días estuve con él caminando por la ciudad después de mucho tiempo, aprendí que soy un ingrato y que aún nuestras sombras se parecen, que aunque hayamos ido por caminos diferentes y que siempre hayamos discutido por nada, igual nos queremos.

Hoy no sabía si era mejor dejar este espacio en blanco o si decirte que te quiero, las cosas que nunca las digo porque siempre falta tiempo o porque siempre faltan las ganas para decirte que siempre pienso en ti.

La vida nos lleva siempre por caminos diferentes, porque es parte del crecer, mi tiempo ya no es solo para ti, hoy le pertenece a otros afectos a los que empecé a amar como nunca imaginé, eso no significa que tengamos que decirnos adiós. Las mañana siempre empezarán, el sol se levantará y los días seguirán ese curso que han seguido en el tiempo siempre. Siempre seguiremos pensándonos.

Siempre hará calor aún cuando no estemos, la vida es una hilera de días a la que tenemos que aprender a seguir, pase lo que pase. Más allá del llanto hay un lugar feliz, como aquel que estaba junto al pantano y la cascada que hoy ya no existe, esa que estaba junto a una casa de madera en la que habitamos cuando aún las tormentas no habían llegado a nuestros ojos.

Pocas veces me interno en la tristeza para decirte que te quiero, que lo siento, que todos somos humanos y que como tal nos equivocamos, lloramos sufrimos y un día decimos adiós sin que aquello signifique dejar de amarnos. La vida es una hilera de días que el otoño del tiempo arrastra…

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