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domingo, agosto 03, 2008

No todos los hombres se llaman Demóstenes



“Demóstenes (Griego
Δημοσθένης, Dêmosthénês; Atenas, 348 a.c. - Calauria, 322 a.c) fue uno de los oradores más relevantes de la historia y un importante político ateniense.
Sus dotes de oratoria constituyen la última expresión significativa de las proezas intelectuales atenienses, y permiten el acceso a los detalles de la política y la cultura de la Antigua Grecia
durante el siglo IV a.c. Demóstenes aprendió retórica mediante el estudio de los discursos de oradores anteriores. Pronunció sus primeros discursos judiciales a los veinte años de edad, cuando reclamó a sus tutores que le entregaran la totalidad de su herencia. Durante un tiempo, Demóstenes se ganó la vida como escritor profesional de discursos judiciales y como abogado, redactando textos para su uso en pleitos entre particulares”.
Conozco a un hombre que se llama Demóstenes, un hombre de verdad, de carne y hueso, maestro ilustre de la historia, estudiosos conspicuo y notable catedrático, tío por azahares del destino, pariente cercano del que aprendí muchas cosas en la vida. Uno de sus hijos lleva su nombre aunque en segunda instancia y aunque algo díscolo.
En mi infancia había conocido a un personaje animado que se llamaba Demóstenes, era un gato sabio con aires de alcurnia. Demóstenes era un personaje divertido del que además también se aprendía mucho, lo contemplaba sentado a mis seis años frente a un televisor blanco y negro marca JVC.
Con Demóstenes, el tío ilustre, jugué en mi infancia largas partidas de ajedrez donde a veces perdía y otras ganaba, fue él quien me enseñó que los caballos se movían por el centro para ganar casillas importantes y que los enroques protegían al rey como si estuviera en una fortaleza. Nuestro tablero era de cartón grueso y roto en dos partes, las piezas de caucho con algunas heridas hechas por el tiempo.
Demóstenes, cuyo hipocorístico usamos para llamarlo familiarmente, Demo, es un eximio deportista y construyó sus días entre los trajines del estudio, la investigación y la enseñanza. En sus tiempos de juventud usaba una barba coposa que le daba un aire filosófico y gustaba enamorar a las muchachas con versos aprendidos que recitaba magníficamente.
Otra des aficiones era la de cortar el pelo, un par de veces pasé por sus manos y sus tijeras, hacía de cada corte de pelo una larga ceremonia de arte, se paraba a ratos a divisar su obra para retomar luego el delicado trabajo, cada corte de pelo podía demorar dos horas, pero valía la pena la espera.Pero la vida tiene oleadas y se va llevando las horas felices y ese río continuo que es el tiempo nos condena a alejarnos lentamente, a conocer gente nueva, a cambiar de residencia y arruga nuestro hoy para convertirlo en ayer. Pero ahora me acordé de él, de ese tío ilustre y me puse a pensar en ello, en que no todos los hombres buenos de la vida se llaman como él, Demóstenes.

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