Hemos visto con terror las imágenes del atropello de cuatro personas por un patrullero de la Policía Nacional del Perú a dos personas adultas y a dos menores de 4 y 9 años cuando transitaban por una de las aceras de la calle Chanchamayo de la ciudad de Cajamarca.
Del mismo modo hemos visto con indignación como los policías cobardes que tripulaban esa unidad salieron disparados por las ventas para huir, no para auxiliar; felizmente fueron detenidos por la indignación de la gente y personas que no estaban dispuestas a ser cómplices de un crimen.
Sin embargo la complicidad velada vino después, primero se trasladó a los policías a la comisaría en una camioneta del Serenazgo, -supuestamente para protegerlos de la turba que buscaba lincharlos-, luego las imágenes de las cámaras de video vigilancia tardaron una eternidad en ser entregadas a la prensa, como si se buscara ocultar algo, mientras las cuatro personas atropelladas atravesaban los momentos más difíciles de sus vidas.
Las reacciones posteriores fueron naturales, los cajamarquinos se cansaron de que malos elementos de las fuerzas policiales sean encubiertos por sus propios colegas en sus fechorías, no era la primera vez en que algunos policías cambiaban de roles y se convertían en vulgares delincuentes, en infractores de la ley. La reacción desatinada de la policía antimotines degeneró en una gresca colectiva que incluyó bombas lacrimógenas en una zona residencial, disparos al aire, golpes a diestra y siniestra y como si fuera poco, civiles detenidos.
La coartada al día siguiente estaba lista. “Los policías no estaban ebrios, habían llegado de Namora a Cajamarca para realizar un patrullaje, es decir, a Cajamarca habían arribado miles de policías y militares y sin embargo se traían dos de Namora, de una comisaría en la que normalmente hay 5 policías”, o sea la PNP traía “leña al monte”.
Un accidente puede sufrirlo y provocarlo cualquiera, nadie está libre de lo uno ni de lo otro, pero la reacción cobarde de huir ante lo que uno ha provocado es abominable y más si se es un policía cuya razón de ser es la de proteger a los civiles, el orden y la ley.
La Policía Nacional del Perú tiene que reconocer que un año de ranas y lagartijas, planchas y correrías no le otorga profesionalismo a sus gendarmes; jovencitos egresados sin el menor reparo que se sienten dueños del mundo y cuyos resultados saltan a la vista.
La vida de estas personas nunca será la misma. Pese a que varios testigos aseguran que los policías estuvieron bebiendo varias horas a solo unas cuadras de donde se produjo el accidente, la PNP se ha obstinado en tapar el hecho. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera estado instalada en ese lugar la cámara de video vigilancia? Simplemente no existirían las imágenes y la población, probablemente, sería indiferente al dolor de esa familia.
La justicia tarda pero llega, las verdades caen por su peso, y no hay peor peso que el de la conciencia, aquella que acusa a solas, cuando aunque hayamos podido engañarle al mundo, no podemos engañar a nuestros más secretos remordimientos.