Una de las
personalidades más representativas de la provincia de Celendín ha sido
homenajeada ayer en esa provincia, se trata de don Augusto Gil G. Velásquez.
Hombre que hizo que la fama de la tierra celendina se traslade a muchos
rincones del mundo al conseguir poner de moda el sombrero celendino en Europa
gracias a un regalo que hizo entrega de manera personal al rey Jorge VI de
Inglaterra.
Fue un hombre
sufrido, de raíces pobres, pero que gracias a una vida de sacrificios y de
buenas negociaciones consiguió ser uno de los hombres más acaudalados de la
provincia. Comercializó con éxito maquinas de coser que traía de Alemania, las
que tenían su propio nombre como una marca personal; otras máquinas y artefactos
también fueron exportadas por su visión empresarial, aquella que nunca desligó
de su profundo lado humano. Por ello antes de morir, había dejado la mayoría de
sus bienes en distintos legados a instituciones para mejorar y lograr el
desarrollo de la provincia y de la ciudad que tanto amó. Se dice que tuvo
propiedades entre las que destacaban las haciendas de San Isidro, Yajén y
Guayobamba en Chota, además de numerosos solares en Llanguat, terrenos en
Celendín y cuantiosos bienes comerciales, sin contar el terreno que donó en el
distrito de Baños del Inca para la construcción de su cementerio.
Antes de morir
desheredó a sus descendientes directos, hizo muchas donaciones para la
construcción de locales públicos en Celendín, locales que hoy lo recuerdan con
algunas placas y muchas historias, un colegio, terrenos para un hospital, la
Beneficencia Pública… Un hombre que no fue ambicioso y de los que hoy ya no
existen por los afanes de la vida y la rapidez con la que se la vive; por el
materialismo enquistado en todas las esferas.
Una plazuela en
Celendín lleva el nombre de tan ilustre personaje, una placa en la Beneficencia
Pública junto a los cuadros de sus padres – aquellos que pintara el ilustre Juan
Villanueva (Bagate) se lucen al ingreso de esa casona colonial con un aire
lúgubre y solemne, cuadros de incontable valor que son una especie de retratos
vivos que dan la bienvenida al visitante, probablemente los cuadros de Bagate más
grandes y que no se encuentran formando parte de colección alguna- un barrio y
muchos lugares donde se habla de él. Un frío monumento que se entume
con los días.
Celendín tuvo y
tiene mucha gente buena y noble, testimonio de ello son los literatos que trascendieron
dejando una estela de orgullo a Cajamarca y al Perú como lo ha hecho Garrido
Malaver, Alfredo Pita, Manuel Pereyra, Jorge Díaz Herrera, Alfredo Rocha,
Nazario Chavez, Tito Zegarra, Gutemberg Aliaga, Manuel Rabanal, Julio
Villanueva, José Marín… La lista es interminable – y esta columna ya se acaba-
Eran otros tiempos
y otras las expectativas de la gente de entonces. Hoy las perspectivas de la
provincia han cambiado, la ciudad más delineada de la región Cajamarca ha
empezado a desdibujarse por el surgimiento inevitable de construcciones
modernas, de nuevas aflicciones y de incontables problemas; sin embargo era
preciso recordar la trayectoria de tan importante personaje, aquel que sembró,
cultivó y cosechó y que murió lejos de su pueblo cuando atravesaba el fragor
que significa ser un octogenario que ha perdió parte de la vista.
La memoria de
Augusto Gil G. Velásquez permanece intacta en las generaciones nuevas que lo
evocan como un ejemplo perdurable y que ven en él la representación viva y
sincera del alma de los celendinos, de aquellos habitantes que más de una vez
apuntaron sus nombres con letras de oro en las añejas páginas de la historia.