Pedro era un hombre de cierta edad, esa que se vuelve indefinida después que uno pasa los 40. Él vivía en Hualgayoc, un pueblo no muy lejos de aquí, Hualgayoc es un pueblo que amanecía frío y anochecía igual. Sus calles sin luz, apenas eran iluminadas por las luces tenues de lámparas de camiseta, llamadas Petromax, porque esa era su marca registrada y nadie decía una lámpara a kerosene, simplemente se decía Petromax. La marca se había convertido en un nombre, como sucede a veces con algunos apodos.
Pedro tenía una cantina y vendía aguardiente en las mañanas frías, en las tardes heladas y en las noches gélidas, sin embargo él tenía una rara afición, usaba esas (sospecho que solo era una) camisetas llamadas bivirí. Pedro usaba esas camisetas que alguna vez aparecieron en Norteamérica y se registraron bajo la marca BVD (bividi, según su pronunciación), marca registrada, como el frío lo era a Hualgayoc el nombre de ese tipo de camisetas se peruanizó en bivirí.
Camiseta interior masculina (como la denomina la Real Academia de la Lengua Española y le antepone Perú) se convirtió en la prenda favorita de Pedro. Cuando por las noches los parroquianos bebían sendas copas del licor en su cantina, Pedro atendía como si fuese un cantinero del oeste, sin piano, claro; sin chicas con faldas de encajes; sin pistoleros, pero sí con una pléyade de mineros que gastaban su semana y Pedro los atendía en bivirí.
Era una rareza, un hombre atendiendo en ese frío casi infinito llevando puesto una camiseta sin mangas, sin temblar siquiera. Los hualgayoquinos, dados a poner sobrenombres no tardaron en llamarlo “Pedro bivirí” y todos olvidaron su apellido, él mismo empezó a olvidarlo y muchas veces decía “Soy Pedro bivirí” como quien dice soy “Juan casaca” o “Luis Pantalón”. Otros olvidaron hasta su nombre y simplemente lo llamaban “El bivirí”
Entonces, el pueblo asumió a bivirí como un nuevo apellido y su esposa era la señora de bivirí y sus hijos eran los bivirís y la calle era del bivirí y el pueblo era el pueblo del bivirí.
Pero la edad no pasa en vano y Pedro empezó a sufrir de achaques primero, ya no podía ponerse su bivirí de antaño y se metía bajo un poncho inmenso que lo abrigaba. La edad no perdona. Nadie sabe por qué cierto día empezó a perder la vista y se quedó ciego totalmente, ya no era ni la sombra de aquel cantinero rudo que atendía en la madrugada puesto el bivirí americano.
La viejas del pueblo entonces empezaron a especular, decían que el frío intenso producía ceguera, otras decían que era el bivirí, otras creían que vender cañazo causaba la atroz ceguera.
Pedro Bivirí murió una tarde cuando otra generación había tomado el pueblo, cuando casi nadie ya lo conocía porque él no podía ver a nadie y los demás no lo veían porque no querían ver a un viejo ciego del que nada sabían.
Y hoy que es diciembre y han pasado años de tu muerte me acuerdo de ti, Pedrito, de tu camiseta con marca registrada y sin mangas, de tu última y vacía mirada, literalmente vacía como esta soledad que hoy me ha hecho recordarte.
Tomado de “Hualgayoc, historia y Tragedia de un pueblo minero” (JAP)