En fechas como estas, en que los latidos de la navidad se escuchan cada vez más cerca y más fuerte, los bancos se saturan de personas en pos de una transacción y surgen entonces como un recuerdo de terror las largas colas ante la mirada incómoda de todos. Las colas o filas, esa secuencia variopinta de personas en donde uno se aburre tanto si no ha llevado un libro; cualquiera puede acabar siendo víctima de estornudos en la nuca, o escuchar confesiones poco francas que algunas personas suelen hacer mientras hacen la cola y hablan por celular, o escuchar a la mala, ciertas vanidades y arrogancias; sin contar olores, hurtos y hasta toqueteos nada decorosos.
Las colas nacen como un río, surgen en las ventanillas y luego se van extendiendo por esos ordenadores de fila de cintas retráctiles siempre azules, negras o rojas; luego cruzan la puerta del banco, se extienden por la entrada o los zaguanes de las viejas casas que fungen de bancos en esta ciudad, finalmente toman la calle. Largas colas de todos los colores, gente alta, bajita, delgada o gorda, algunos perfumados otros peleados con el agua por mucho tiempo, uno tras de otro, sin distinción de edad, credo, clase, talla… las colas son la democracia pura de la peruanidad y el Perú es todas las sangres.
En ellas o en torno a ellas existe una raza de seres dispuestos a abordarlas, cual piratas que abordan un barco en altamar, como corsarios de bancos o de calles dispuestos a salirse con la suya. Y estaría bien abordarlas como debiera ser, es decir, poniéndose al final, pero estos truhanes prefieren abordarlas por lo más fácil, o sea por la parte más cercana a la ventanilla. Se trata de aquellos personajes que el peruanismo verbal los ha denominado como “Zampones”; especialistas en meterse en una cola con prisa y procurando pasar desapercibidos ante una multitud que hace la cola después de ellos.
El zampón no tiene género, indistintamente pueden ser hombres o mujeres, los zampones no tienen edad, no tienen temor ni vergüenza y han hecho de su actitud una habilidad que requiere de cierta estrategia que aplican con cuidado y pulcritud. El zampón no tiene prisa en hacer sus cosas cotidianas porque sabe que las colas largas no se hicieron para él, cuando llega al banco o al lugar donde requiere hacer la tediosa cola; primero examina la dimensión de la misma, la estudia detenidamente buscando algún conocido, vecino, pariente, amigo… (no importa si no habla con él, por voluntad propia, hace años, es lo de menos; mejor si es así, no podría haber mejor momento para el reencuentro), una vez que lo ha identificado se le acerca sin reparos, lo saluda con sorpresa y afecto, le pregunta sobre su motivo en esa cola tan grande, le habla del clima y la familia, evoca un pasado cercano y bromea tratando de caer simpático a quienes lo acechan y saben que es un zampón cuya única finalidad es meterse en la cola y que su siguiente paso será susurrar que le hagan un espacio y le “den colita”.
Los zampones no tienen sangre en la cara, pues ante las protestas inmediatas que suelen surgir por la desfachatada intromisión actúan con naturalidad como si de ellos no se tratara el asunto, a veces usan ardides como el hablar por celular para evadir los insultos que les llueven y al cabo de un par de minutos son miembros oficiales de la cola y hasta se vuelven celoso guardianes en contra de la presencia de futuros zampones como ellos.
Otra estrategia añeja que utilizan es la de llegar a la cola, miran los rostros de las personas, como quien busca a una madre o a un hijo, le añaden cierta angustia a su mirada y simplemente dicen: -Señor, yo estuve aquí, le encargué mi cola a una persona que ya no está, lo juro- y ¡zas! se zampan en la cola y resulta engorroso ponerse a discutir pues como se ha dicho, los zampones son seres que suelen ser cínicos y siempre dan batalla usando toda clase de palabrejas.
Los zampones son fácilmente identificables, suelen recorrer la cola una o varias veces, son efusivos y cariñosos con cuanta gente conocida encuentran en la larga cola, aprovechan estas fiestas para desear paz y felicidad…
No deje que lo sorprendan, enséñeles que hay que respetar a quienes llegaron antes y que por lo tanto deben respetar su turno, como lo hacen las estaciones, los días, las horas.