Hace dos años una noticia conmocionó a los cajamarquinos,
un próspero empresario, Víctor Chilón Durand, había violado a su hija de 8 años.
Chilón Durand quien no vivía con la menor ni con la madre de ella fue hasta su
domicilio y pidió salir con la niña para que le compre una bicicleta. La menor
aceptó convencida de
que su padre no le haría ningún daño. Chilón llevó a su hija hasta una cochera
en donde dio rienda suelta a sus bajos instintos y consumó su delito. El sujeto fue detenido y se inició un proceso judicial.
Cuando Chilón fue internado en el penal de Hucariz intento
varias argucias para buscar su libertad. Se quiso hacer pasar por loco, se
inventó enfermedades pero nada le resultó, fue después el Poder Judicial quien
le abrió las puertas y pese a que inicialmente había confesado su crimen
asegurando que fue mientras estaba poseído por el diablo, finalmente entre las
tinterilladas y oscurísimos asuntos legales Chilón desapareció y nadie ha
vuelto saber más del prófugo criminal. Nadie había sabido nada de él hasta hace
un par de días en que apareció el nuevo abogado de Chilón para explicar que su
patrocinado estaba en La Habana - Cuba y al mismo son de la canción, “no
pensaba volver más”.
La serie de argucias y artimañas que la defensa de Chilón
presentó para obtener su libertad son una historia aparte, obtiene su libertad
primero con el frívolo argumento de que sufría disfunción eréctil lo que
imposibilitaba tajantemente el hecho de que haya cometido el acto de violación –
sin embargo Chilón era un gran mujeriego, según se deduce por la cantidad de hijos
y de esposas que tenía- ¿Cómo puede aceptarse el hecho de que sufra disfunción eréctil
si tenía varias parejas?
La fortuna que Chilón posee debido a sus negocios es
ingente, eso podría explicar y fundamentar que hoy se encuentre en libertad
mientras que otras personas por delitos insulsos purgan largos años de prisión.
Según el nuevo abogado de Chilón su patrocinado es una víctima de nuestro
sistema judicial, cuando en realidad ha sido uno de los privilegiados.
La justicia en el Perú es un bien esquivo, las cárceles
en perpetuo hacinamiento albergan a hombres y mujeres sin sentencia, pero
quienes realmente delinquen y hasta confiesan sus crímenes se encuentran en paraísos
tropicales haciendo alarde del poder que ostentan.
Yolanda Raico, madre
de la niña, llora. Llora de impotencia, de rabia, de indignación. “Yo sé que en
lo más grande habrá justicia”, dice, mientras se limpia las lágrimas que bañan
su rostro. A su abogada, la doctora Carmen Owen, también se le quiebra la voz.
“Nos sentimos impotentes porque se está violentando los derechos de una menor
de edad, la cual ha sido ultrajando sexualmente por su propio padre”, expresa
la doctora Owen, tratando de mantener la compostura. Mientras Chilón
Durand se solea en una playa tropical tocado por la brisa del atlántico, quizás
hasta allí no le lleguen los remordimientos de su propia conciencia.