Tenías 3 años cuando llegamos a aquel teatro a ver el famoso cuento, eran los últimos días que nuestras manos se unirían en mucho tiempo. El telón se abrió de repente y apareció la madrastra, la bruja preguntándole a su espejito quien era la más bonita y ordenando al leñador que se lleve al bosque a Blancanieves y la mate o la abandone.
El teatro estaba lleno de niños que miraban impresionados el escenario. Y el leñador llegó al bosque y las hojas de los árboles se agitaban y el leñador sacó su gran cuchillo para cumplir con ese encargo siniestro. Blancanieves estaba de espaldas y no se daba cuenta. Fue ahí cuando tus ojos se turbaron, tus pupilas se dilataron con indignación y te pusiste de pie sobre la butaca de terciopelo gris.
¡Cuidado! ¡Cuidado Blancanieves! Gritaste desde lo más fuerte de tu alma, asustado y preocupado, entonces otro grito se oyó desde el otro lado del pasillo y otro y otro más, en unos segundos eran decenas de niños parados sobre sus butacas gritándole a Blancanieves que tenga cuidado.
Tus cejas arqueadas evidenciaban tu indignación, tus ganas enormes de querer salvarle la vida, de meterte en el cuento y ser un personaje nuevo en esa historia de siglos.
Pero la vida se empecinó en separarnos y con la vida algunas “brujas” malvadas como las del cuento de esa blanca niña. No hubo tiempo para que nadie nos avise y en el bosque de nuestros días alguien degolló la felicidad que nos tomaba de la mano cada día.
Después de cinco años de ausencia uno siente que va llegando la hora de reanudar las viejas batallas y si es preciso morir en una de ellas con la frente hacia las estrellas, con el alma remendada pero con el alma al fin, sin angustias y sin llanto.
La hora del Balcón se va terminando, todo en la vida es cíclico y hay cosas que deben terminar como lo hacen las estaciones, sin forzarlas, sin poner las hojas de los árboles en el suelo para anunciar que el otoño ha llegado, las hojas caen simplemente cuando deben caer y el invierno llega y la primavera, porque nada permanece estático en la vida. Quería que sepas que pude hacerlo, que lo hice, pero ha llegado también el fin.
La misma pena se renueva como las gotas de una lluvia que cae y aunque parezca siempre igual, ninguna es igual a la otra, ninguna tampoco es la misma. Vamos a devorar en un mañana cercano todas las horas que le robaron a nuestros días y habrá tiempo para contarnos las historias que los días se arrastraron a otra orilla, pequeño habitante de mi silencio que ahora tienes 9 años y vives en algún lugar de este mundo que cada vez me parece más grande y en donde quisiera encontrar una voz que me advierta del peligro como solo tú sabías hacerlo a tus tres años cuando aún dormías entre mis brazos.