Las vacas siempre creen que el mejor pasto es el que está al otro lado de la cerca, por eso se esfuerzan tanto en meter la cabeza entre los alambres de púas para arrancar un poco del pasto del que creen es más sabroso y jugoso, más dulce y bueno. No les importa que a veces en el intento pierdan trozos de piel que se desgarra en la tentativa de alargar el cuello para arrancar unas briznas de la verde hierba.
Oswaldo, un granjero norteamericano, hace muchos años se dio cuenta de ese detalle, las vacas de su corral siempre buscaban comerse el forraje que se encontraba del otro lado de la cerca, ese que les era inalcanzable por las púas del metálico alambre. Entonces decidió cortar el heno de su propio corral, aquel que las vacas detestaban y se negaban a comer, al que las vacas encontraban insípido y poco dulce; lo puso en pacas al otro lado de su cerca y esperó.
Las vacas se acercaron a la cerca y empezaron a devorar el pasto seco. Esta vez se sentían realizadas al haber logrado mordisquear más que las veces anteriores. Su alegría no les dejaba ver que era el mismo pasto el que comían, ese al que habían despreciado e ignorado, ese del que no habían querido probar por mirar el corral ajeno.
Los seres humanos también somos como el rebaño del granjero, pocas veces valoramos el pasto que tenemos en nuestro corral y continuamente nos acercamos a los límites de nuestra vida para escudriñar sobre lo que hay más allá, buscando el momento de poder mordisquear el pasto del corral ajeno sin darnos cuenta que nos desgarramos la piel o que nos lastimamos y que en el afán de liberarnos lastimamos a los demás.
A veces esa idea del pasto del corral ajeno se convierte en obsesión, entonces nosotros, humanos, olvidados de nuestra condición y casi convertidos en parte del rebaño del granjero Oswaldo no solo nos desgarramos la piel buscando el pasto ajeno si no que hasta saltamos la cerca o la rompemos.
La historia del otro lado de la cerca no se reduce solo a un campo, se amplia a otros que abarcan campos más extensos. El pasto de nuestro corral no solo es nuestra familia, no solo nuestra esposa y las cosas que poseemos, sino además las actitudes que tenemos, las cartas que escribimos, los poemas que guardamos para ser leídos un día, las comidas que cocinamos, los cuadros que pintamos y los días que vivimos.
El pasto de nuestro corral es nuestra vida misma. Poco hacemos por mirar el nuestro, por cultivar el que tenemos, a veces tenemos mejor terreno y mejor riego, sin embargo la sola idea de que lo nuestro es inferior nos aturde y nos nubla.
A diferencia del ganado del granjero nuestra racionalidad nos hace saber que no somos meros instrumentos que se dejan llevar por instinto sino por una lógica y por un raciocinio, por una inteligencia superior que nos debe diferenciar.
El pasto es nuestra vida, nuestro corral esta cercado de nuestros propios días. No hay necesidad de envidiar el del corral ajeno, el que tenemos en el nuestro es el mejor y nos pertenece.