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miércoles, julio 24, 2013

La Serie Rosa


Hoy que se habla de fiestas semáforos, quine rifas, ruletas sexuales y que las estadísticas dicen que la vida sexual en promedio en el Perú se inicia  los doce años es inevitable evocar con nostalgia cualquier tiempo ido.
Cualquier treintañero que vivió su adolescencia entre los años noventa recordará esa famosa serie francesa de 28 episodios que se emitía los días domingos por la noche por Global Televisión a las 11:00 de la noche llamada La Serie Rosa, capítulos de 30 minutos con sensual contenido. Serie de corte erótico que era súper esperada  y que se emitía luego de que Alberto Beingolea concluía su programa “Goles en acción”.

La serie empezaba con una música casi sacra y la cámara recorría por una biblioteca antigua mientras una voz en legítimo español decía: "En el silencio recóndito y mágico de las bibliotecas, oculto tras encuadernaciones sobrias, preciosas, se esconden infinidad de tesoros. El más atrayente y embriagador, nos lo confían los propios escritores. Al margen de sus obras públicamente reconocidas, muchos autores celebres, bien firmando con su propio nombre o disimulando su talento bajo pseudonimos, se divierten ideando relatos en los que exaltan los traviesos y deliciosos juegos del amor y la belleza. La Serie Rosa ha descubierto esas pequeñas obras, estas exquisitas fantasías para presentarlas ante un público culto y sensible. Así pues, hojearemos juntos lentamente esas páginas furtivas, secretas, cuyo perfume, no ha evaporado el paso del tiempo. Para ustedes se abre La Serie Rosa." Y empezaba la acción.

La serie estaba ambientada en la edad media y siglos posteriores, historias llenas de picardía y cargadas de erotismo en donde debutaba la quinceañera Penélope Cruz mostrando sus senos. Cada historia estaba plagada de erotismo, de faldas largas de damas con anchos vestidos y de furtivos amantes que conseguían sortear los obstáculos más inverosímiles. La música era de época y no había ni un atisbo de pornografía, era una serie digerible para adolescentes de esos tiempos. Una serie eróticamente sana.

Había que vencer el cansancio para verla, soportar al tedioso Beingolea con su programa Goles en Acción –Hoy un atinado congresista, aunque también exburbujito de Yola Polastri, lo que nada tiene de malo, al contrario- esperar que la madre o la abuela se duerman para ver cada capítulo sin preocupaciones. Volumen bajo, siempre alerta, alguien podría despertar, ir al baño, pasar por la sala y ver las “impúdicas imágenes”. Era imposible no sentirse un pecador, era como leer a escondidas el Decameron de Boccaccio en un convento.

Hoy que ha pasado el tiempo y que uno ya no es un colegial –aunque a veces sueño que lo soy, lo confieso, y estoy con uniforme en una clase de matemáticas, es decir, es más bien una pesadilla-

Hoy que otros días han venido a buscarnos y que vemos que esa serie tan nimia era el pétalo de una rosa comparado con lo que hoy abunda en el You Tube o en cualquier página de internet y que las fiestas semáforos, las quine rifas y las ruletas sexuales son un escándalo para todos, es imposible no ponerse triste por aquello que ya no tenemos. Por el tiempo ido y que irremediablemente no va a volver jamás, porque ya no esperamos los días domingos para ver esa serie dulcemente encantadora, sino que los esperamos para ver las malas noticias de los programas dominicales.

Hoy que ya no están los amigos del colegio para comentar los lunes en el recreo el capítulo de la noche anterior, hoy que a veces cuando amanece apenas quedan ganas de vivir, llega el recuerdo de esa serie dejando un aroma a rosas y a recuerdos que anidarán siempre en la memoria, en las historias vividas, en los tiempos idos y más queridos.


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