Debo tener mil libros en mi biblioteca, durante años una de mis grandes pasiones fue la lectura, fui acumulando libros nuevos y usados en estantes rancios y cultivando las ideas de sus autores en la medida de lo posible. Pero de los mil libros una parte son herencia familiar, otra parte que es la más amplia es el resultado de adquisiciones en librerías y bazares y en baratas de toda índole, un sector más modesto corresponde a libros que me fueron obsequiados y un sector más pequeño involucra al lado oscuro de mi biblioteca. Son los libros que me fueron prestados y nunca devueltos, esos libros que habitan el lugar sombrío de la estantería y que llevan el estigma de ser ajenos aún estando varios años conmigo.
Pero como quién a hierro mata, a hierro muere, no estuve exento de ser una víctima también. Digo que mi biblioteca debe tener mil libros, pero debería tener mil cincuenta y dos. He sido víctima de cincuenta y dos préstamos irresueltos como castigo por aquellos hurtos que cometí, la vida nos devuelve con creces lo bueno o lo malo que le damos y a mí me reflejó con creces esa acción. Mi pillaje no asciende a diez tomos, no trato de minimizar mi falta, la confieso y al confesarla cierto cargo de culpa se aligera.
Se suele decir que no se sabe a ciencia cierta quien es más tonto, si el que presta un libro o el que lo devuelve, por lo que deduzco que en mi entorno está bien arraigado ese dicho. Pues hecho el préstamo viene el olvido, pasado un tiempo se borran con sutileza los nombres que pudieran delatar su antiguo propietario y finalmente un nuevo forro finiquita la oficiosa labor de apoderarse de un bien ajeno.
Tengo, o debo decir tenía como precaución una vieja libreta en la que anotaba los libros que he prestado, fecha, nombre del libro y nombre de la persona a quien presté el bien, sin embargo esas precauciones resultaron inútiles para eso cincuenta y dos libros, pues sé quien tiene cada uno de ellos y desde cuando pero no he creído prudente dar el primer paso. La libreta en mención estuvo extraviada en un vetusto maletín que no había revisado por años. La lista es larga y hay algunos libros que honestamente habían quedado sepultados en los resquicios de mi memoria. Gran parte de ellos están en poder de mis buenos amigos los poetas y escritores y otros en amigos que no he visto por mucho tiempo, una que otra novia que el tiempo se ha llevado y con ellas mis libros.
Pero hace un buen tiempo descubrí una fórmula infalible, se trata de algo muy simple. Cuando alguien me pide prestado un libro, lo justo es hacer un intercambio, así, cada vez que veo el libro ajeno recuerdo el que ha ido en compensación. Si ese alguien decide no devolverme el libro yo decido por lo mismo y estamos en un virtual empate. Hay consideraciones que se deben tomar en cuenta, como que el libro que va sopese con el libro que queda; no sería justo cambiar el Quijote con un libro de Beto Ortiz. De cualquier modo, desde que aplico este método mi Biblioteca ya no se ha visto mermada, han aparecido nuevos libros y perdido otros en ese trueque afable pero no he perdido ejemplares ni he sido víctima de pillaje alguno.
En las bibliotecas hay un gran porcentaje de hurtos de libros no devueltos que el paso del tiempo se ha encargado de saldar. Un libro ya leído puede ser un libro de consulta en el futuro porque la mente es frágil y olvida pronto y solo quedan los libros como testigos de un tiempo ido y de aquellos seres que los escribieron. Un libro es un amigo, cuando los recuerdo extraño a esos cincuenta y dos amigos que ya no están conmigo. Perdí el libro, perdí el amigo hoy solo queda esperar el olvido.