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martes, noviembre 28, 2006

El hombre que alimentaba a las palomas




Él es un hombre de ácidos comentarios de prensa. Lo conocí hace muchos años cuando gané un campeonato de ajedrez y él fue el encargado de entregarme el premio. Sus ojos verdes contrastan con su amor a la naturaleza. Es un viejo periodista de la ciudad, a menudo hace críticas certeras y agudos comentarios radiales desde su espacio.

Por los comentarios que hace podría pensarse equivocadamente que es un hombre amargado y que difícilmente sería un hombre feliz, eso puede pensarse cuando se lo juzga con premura. Hace unos días yo caminaba por el jirón Amalia Puga, distraído y pensativo. Fue en ese preciso instante cuando uno de los paisajes más increíbles de mi vida surgió de la nada.

Un hombre, solitario en medio del atrio de la iglesia se regocijaba lanzando maíz a las palomas, un gran grupo de ellas se acercaban hasta él y les lanzaba maíz con cariño y amor. Un halo invisible de felicidad lo rodeaba. Me detuve en el acto y me acerqué hasta la metálica reja a contemplar ese paisaje singular y bello, cuando el hombre se volvió instintivamente, en uno de esos arrebatos que solemos tener los seres humanos cuando sentimos que alguien no está mirando. Al verlo mi estupor fue inmenso. Era él, el periodista que tantas veces había oído renegar por la radio, siempre defendiendo causas justas.

Me puse a pensar en todo lo que había tenido que suceder para contemplar esa imagen. Tuvo que ir a una tienda, comprar maíz molido, acercarse hasta la iglesia, repartir el maíz entre esos animalitos, sentir esa gratificación interior que se recibe cuando uno hace un bien. El hombre duro, a quien yo prejuzgaba estaba convertido en un ser casi angelical lanzando maíz y felicidad. La gente a pausas se detenía para contemplarlo mientras él parecía sentirse reconfortado con esas miradas que le venían de todas partes.

Cuando la bolsa de maíz se le terminó, se alejó un poco a contemplar desde lejos su obra. En ese momento tres chiquillos juguetones se acercaron a espantar a las palomas y quitarles su alimento. Entonces aquel hombre se acercó furioso, no alcancé a oír que les dijo exactamente, pero algo muy severo debió de ser, pues inmediatamente los niños se retiraron y las palomas nuevamente retornaron felices a su banquete.

Fue en ese instante cuando descubrí que el mundo está hecho de apariencias, que a veces prejuzgamos a las personas sin conocerlas en su real magnitud, que solo un hombre bueno y desprendido puede tomarse la molestia de gastar su dinero comprando maíz para alimentar palomas en orfandad, en una ciudad donde no se defiende a la vida, una ciudad que quiere asesinar a las garzas de un viejo árbol por el solo hecho de habitarlo, por intentar vivir en un refugio, en un habitad nuevo porque los seres humanos destruimos su medio, su mundo.

Ese día me sentí honrado de haberle estrechado la mano alguna vez, de saber que los hombres buenos no han sido exterminados por nuestra sociedad, que aún hay gente buena en este mundo, que el mundo aún puede cambiar, que mientras haya un hombre alimentando a las palomas el mundo podrá sonreír.

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