He llegado de
casualidad a la casa de mi amigo Víctor, un lugar impregnado de buen gusto y de
buenos cuadros. Pero hay uno que me sorprende en particular, un cuadro vivo, real
y humano. Víctor cargando a su hija recién nacida, la tiene entre sus brazos,
envuelta en una colcha rosada mientras ella llora y él trata por todos los
medios de hacerla callar, mientras se pierde por un pasillo de la casa.
Qué difícil es ser
papá entre aparatos tecnológicos y papeles de oficina, pero más difícil es
darse el tiempo y no negarse a ser un buen padre. Cargar a un hijo y decirle
sh… sh… sh… o acaso intentar cantar una canción para amainar su llanto.
Mecerla, hacer muecas, implorarle por el amor de Dios que se calle.
Conocía a Víctor en
otras facetas, enfundado en su terno y recorriendo juzgados. Es un profesional
de primer nivel. Hoy sin embargo, lo he
visto en su lado más humano, en ese lado que no todos tenemos o que no todos
descubrimos. Y me ha conmovido porque no siempre todos develamos ese lado a
tiempo en nuestras vidas, no siempre nos portamos como padres pese a que
siempre los criticamos. Qué difícil es ser padre en estos días frívolos.
Los cuadros,
ahorcados en las paredes, son bellos,
paisajes y flores firmados por un pariente mío: Padilla, dice con letras rojas
en la esquina inferior derecha de ellos frente a un balcón interior como el
título de este espacio. Su madre ha llegado a su auxilio y se ha encargado de
la pequeña. Veo el rostro de Víctor aliviado aunque algo rojo por el esfuerzo
de hacer callar a la bebe.
De pronto en la
pantalla de la TV empieza a cantar Nat King Cole con ese dejo inclasificable en
español que solo él tenía y me sorprende que Víctor esté escuchando a un
cantante tan antiguo –Pensaba que el único que lo escuchaba en
estos días era yo en el viejo tocadiscos marca Philips que heredé de mi padre y
en donde gusto tocar discos de vinilo cuando estoy triste, es decir con mucha
frecuencia-
Le digo que me
parece extraño que le guste Nat King Cole –él ríe- y hablamos de Natalie Cole,
la hija de Nat, De María Félix y Agustín Lara, de su gran amor hacia la diva
mientras escuchamos al poco apuesto maestro cantar “María Bonita”, y sigue el cine
“Casa Blanca” y “Lo que el viento se llevó” mientras bebemos un par de
cervezas.
Estoy pensando que
este instante es como el fragmento de una película, como la melodía de una
canción desconocida que tiene que ser escrita.
Estoy recordando
con un nudo en la garganta cuando hace dos semanas fui con mi hija y mi sobrino
al teatro a ver Caperucita Roja y la tristeza de pronto se agolpa en los
rincones del alma mientras Agustín Lara sigue cantando. Extraño a mi hija
siento su ausencia, el algo inexplicable que sube al alma y cae al alma.
Entonces nos
asomamos al balcón a ver el paisaje irremediablemente, repletos de melancolía. Había
faltado mucho conocerte, amigo.
Entonces evoco los
tiempos idos en Jesús María, el octavo piso, el padre ausente, la ausencia de
mis hijos… y sigo pensando en la mejor obra de arte que he visto en esa mañana:
Víctor cargando en brazos a su niña, tratando de hacerla callar con todo el
amor del mundo.