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jueves, enero 22, 2009

Carta de navidad hasta tu lejanía






Hoy es 25 de diciembre, había prometidono llorar, pero incumplí. Por quinto año espero en vano darte un abrazo esta navidad, ni por ello te liberaron, ni te dejaron llamarme ni me permitieron un número al cual llamarte. Tu abuela como de costumbre cogerá su vieja Biblia y saldrá a predicar y hablará de Dios y hablará de la verdad tratando de ocultar su negro corazón y sus mentiras. Quizás en el fondo no es su culpa, es un ser ignorante, que desconoce el verdadero sentido del amor. Ella no sabe que una falda larga y una Biblia no es suficiente para ser feliz cuando te miente a diario y no te permite ver la luz de mi verdad.
Es preciso que sepas que no he dejado un solo día de buscarte, de escribirte cartas larguísimas que nadie va entregarte nunca porque no hay cartero que conozca tu paradero. Es necesario que sepas que me mintieron, que me dijeron que te llevarían de día de campo hace cinco años y un mes… Ese día de campo aún no ha terminado, ni terminará hasta que vuelva a encontrarte. Ahora tienes nueve años, en unos meses cumplirás diez y hemos perdido parte de tu infancia inútilmente. Se acabaron nuestros juegos de piscina, nuestro perseguir mariposas en los parques, nuestros helados se cansaron de esperarnos, el perro que tuvimos (Pichirilo) también se cansó de esperar y una tarde se durmió para siempre, las témperas se convirtieron en duras piedras de colores, tu mandil yace colgado en el mismo lugar donde lo dejaste, tus pinturas cuelgan de mi pared aguardando que las termines.
No es tuya la culpa ni mía, esta justicia que tarda tanto. A veces también reniego por esta privación. Ellos pueden destruir todo vestigio de nuestro amor, pero no van a poder negar tu rostro, tus ojos, tu nariz, tu carita de niño preguntón. Un día vas a crecer y preguntarás ¿entonces quién te responderá?¿Quién va a seguir alimentando las mentiras Cuando los años hayan pasado y ya no puedan negar nuestros derechos? ¿Quién va a pagar la factura de esta infelicidad? Ellos pueden salir los domingos a predicar en nombre de Dios, pero cuando su conciencia los interrogue en sus atroces noches de insomnio ¿A quién le van a mentir? Jaime, mañana, si ya no podemos tenernos de la mano para comer un helado, si ya no podemos ayudar a ningún ciego a cruzar la calle, si ya no podemos jugar a contar las estrellas, si algo hasta ese día hubiera pasado. Acuérdate que íbamos al jardín de la mano, que jugábamos pelota en un pasadizo, Que arrancábamos moras de una morera, que sufríamos mucho con D’iblassio y su tristeza, que inventamos mil cuentos para dormir, que tuvimos un perro que cayó de la azotea y sobrevivió, que tuvimos un periquito que partió un día, que huíamos de las abejas en el parque, Que tenemos la oreja derecha quebrada, que podemos mover la nariz como un conejo, que con los dedos hacíamos duendes imaginarios que saltaban, que teníamos una fórmula para cazar moscas, que nos gustaba el gato con botas con mil finales diferentes, que el mejor cuento era el fréjol mágico, que nuestros aviones de papel nunca volaron, que reímos mucho con el Chavo, que éramos felices hasta que nos separaron.
Un día cuando interrogue la vida a tus captores, cuando a tus mañanas le crezcan alas y vueles y ya no puedan negarte ni mentirte. Un día cuando tu secuestro de mis días se haya terminado ¿Tú preguntarás por qué lo hicieron? Y ellos esconderán sus rostros tras su vergüenza como una bandera rota por los días y las noches de tu ausencia. Quizás para ese día ya no estén los que hoy nos separan, y muchas tardes muertas nos circunden, muchas angustias frías nos hayan golpeado. Y si tú o yo ya no estamos, si acaso la vida también nos hubiera separado, más allá, en el umbral de la muerte volveremos a encontrarnos como ayer. Y empezaremos a perseguir a los gorriones y a lanzar piedras al mar como cuando éramos felices.

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