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domingo, mayo 04, 2008

Todas las sopas de apio me traen tu nombre… abuela



Hace unos días fui al cementerio, ese lugar tranquilo con la entrada flanqueada de cucardas rosadas y de paz, llegué hasta la casa que hoy habitas o que empezaste a habitar cuando un día la muerte hizo que nos abandonaras y tuvimos que cargarte hasta ese panteón y de algún modo dejarte. Encontré unas flores frescas en ese lugar y me acordé de ayer, inevitablemente caminando por Lima entre palmeras y jardines, recordé esa librería del piso primero en el edificio dónde vivíamos y esa fragancia de los libros y la farmacia que algo de magia tenían.

Me pregunto ahora si algo de eso tuvo que ver con que años después se me dé por comprar libros como un loco y leer hasta la mañana, si algo tuvieron que ver esas fragancias con que años después me casara con una farmacéutica a la que nunca conociste.

Pensé en mis hijos, en esos dos niños que no llegaron a conocerte pero que imaginarán un rostro y te pondrán una voz para hacerte resucitar con mis historias, para darle vida a la cocinera de las sopas de apio más buenas del mundo (habríamos dado cualquier cosa en Miami cuando con papá y Christopher, mi hermano, buscábamos una sopa ya cansados del Kentucky y el Mc Donald´s)

A veces me acuerdo de las veces que te acompañaba al mercado tomado de tu mano y de la gente que te saludaba, con quien hablabas y reías y hoy no recuerdo sus rostros y creo que he perdido parte de mi ayer, no es bueno acercarse a las fronteras del pasado, hay lugares en el recuerdo que se parecen a esas calles que tienen una cinta amarilla que dice ¡Peligro!

Si no estuvieras muerta y estuvieras aún en esta vida, no sé si te hubiera visitado muchas veces, soy un ingrato, desagradecido y tú lo sabías, me ausento de mí mismo muchas veces y ni siquiera yo mismo me encuentro. Lo más probable es que no volvamos a vernos más nunca, yo no creo en vidas posteriores ni en el cielo ni el infierno. Pero sigues habitando mi recuerdo y el aroma de esas sopas de apio con la que construiste mi infancia ¿Sabes abuela? He descubierto que la vida es obscena pero felizmente somos mortales, que aburrido sería ser eternos, si ahora que la vida llega hasta cien años no podemos soportarla.

Por ahora cuando quiero verte cierro los ojos y allí estás, cada sopa de apio siempre me trae tu nombre abuela, cada vez que veo a alguien persignarse y cuando veo la mirada triste de la mujer que camina de mi mano y que tampoco conocerás. En realidad el tiempo es muy breve, dura como las rosas y luego los días caen como pétalos igual que se nos cae la vida casi sin darnos cuenta.

Por ahora a veces cocino sopas intentando igualar esa fórmula tuya inalcanzable y el aroma me trae tu nombre y me regresa a mis seis años caminando por las calles de la residencial San Felipe en Jesús María, con nuestra bolsa de Scala o Monterrey y el viento agitando los años ochenta a nuestro paso, entonces hasta escucho el trino de las aves y siento el olor de los incineradores quemando mi presente y volviéndome al ayer, buscando un beso y un abrazo que nunca fueron negados.

Por ahora a veces cocino poemas que acaban siempre salados con las lágrimas de unos días felices que nunca más van a volver, ni los días, ni las horas que se fueron en ese abril cuando tomaste mi mano por última vez. Se acerca el día de la madre y voy a extrañar tu mirada y mi padre va a extrañarte sin decir nada con un nudo de pena en la garganta, porque él dice que los hombres no deben llorar, felizmente yo nunca le hice caso.

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